Seis años han transcurrido ya desde la pérdida física de nuestro Comandante en Jefe Fidel Castro. Como ocurre siempre con las grandes personalidades de la historia, su legado constituye fuente de motivaciones para grandes grupos humanos y también terreno de disputas simbólicas y prácticas entre quienes le honran y defienden con sus actos, y quienes representan a los poderes que él enfrentó junto a la inmensa mayoría del pueblo cubano.
Fidel no solo sobrevivió a más de 600 intentos de asesinato e infinitas maniobras enemigas, sino que venció todas las batallas que lideró, de una u otra manera. Desde que en el juicio del Moncada asumió su propia defensa —e incluso antes— resultó un contendiente colosal frente a grandes fuerzas antagónicas, ya fuera ante ataques frontales o mediante métodos más sutiles o embozados, que siempre enfrentó con una inteligencia política insuperable.
Desde el 2016 hacia acá tampoco las ideas de Fidel dejaron de combatir un solo día. Lo han hecho a través de su misma Revolución, de nuestra gente, de la obra y las estrategias que él diseñó, y de las acciones concretas de quienes hemos intentado continuar sus pasos.
Por eso llama tanto la atención un tipo específico de ataques contra la vigencia del líder guerrillero que no era posible intentar antes, mientras nos acompañó físicamente, pero que ahora hemos comenzado a ver con alguna frecuencia: la malsana intención de querer poner a Fidel contra Fidel.
Se trata de encubrir posturas contra la Revolución, el socialismo, el Estado y el gobierno de Cuba, bajo una falsa defensa de lo que un día dijo o hizo Fidel, o hasta de la suposición manipuladora de lo que habría dicho y hecho ante determinado problema o circunstancia.
Lo sintomático de estos atentados de nuevo tipo contra el Comandante en Jefe es que buscan sembrar divisiones, fomentar dudas, provocar desaliento y confusión, pero sin ir de frente contra su figura, como siempre había hecho la contrarrevolución —y todavía lo hace, aunque solo a través de sus exponentes más recalcitrantes.
Así, es posible hallar individuos que nunca simpatizaron con la figura de Fidel, e incluso lo confrontaron abiertamente, que dicen lamentarse porque no se hace esto o aquello como lo habría hecho él. Estos especímenes camaleónicos se tratan de colgar del mérito de Fidel para cuestionar desde un avance social —como ocurrió con el Código de las Familias—, hasta cualquier medida económica que se adopte, o hasta una postura diplomática defendida por Cuba.
Quisieran manipular así el amor y la admiración del pueblo cubano por su líder histórico, para volver a ese mismo pueblo contra la obra de su vida: un país libre y soberano, socialista y antimperialista.
Juegan así a la carta del paso del tiempo y de la complejidad de no pocas coyunturas inéditas, para tratar de vaciar de sentido fidelista el presente y el futuro de la Revolución, en una maniobra rastrera y baja.
Pero la mala noticia es que se les sale siempre la cola luciferina por debajo de la ropa. Y en esta Cuba, la de Fidel, la gente no es boba ni se chupa el dedo. Por más que lo intenten, la sabiduría y el espíritu de resistencia que él cultivó continúan presentes en su pueblo y su Revolución. Imposible les será a sus enemigos conseguir nunca que Fidel vaya contra Fidel.