La Muralla de La Habana fue un signo de distinción que la metrópoli otorgó al enclave urbanístico de mayor importancia estratégica en Cuba desde el siglo XVI. No obstante, su construcción significó también una carga económica hacia la vecindad y décadas de arduo trabajo para un sinnúmero de contratistas, aparejadores, delineadores, canteros, albañiles, caleros, carpinteros, herreros, cerrajeros, y artilleros. Las labores más duras fueron realizadas por esclavos, libertos, y presos, así como por soldados devenidos peones.
Con el paso del tiempo, el añoso muro devino obstáculo y fue demolido, pero siempre le acompañó ese anhelo de narrar la ciudad y de ser un ¿silencioso? testigo del acontecer. Esa es quizás una de las razones que explica el interés de quienes, en medio del desmontaje, decidieron preservar fragmentos de aquella barrera fortificada que hoy vemos en algunos lugares, aunque hubo un sector marítimo o muralla de mar que no corrió igual suerte y en gran medida devino cimientos de lo que hoy conocemos como Avenida del Puerto.
Poco se ha hablado de esa sección, y menos aún se visualiza cuál habría sido, con certeza, el trazado que dibujó sobre el arrecife.
Iluminar esa zona del conocimiento y de la historia de la ciudad es uno de los propósitos del Parque Arqueológico Muralla de Mar al que pertenecen los sitios que, a propósito del aniversario 503 de la fundación de La Habana, serán dotados de una nueva y enriquecida visualidad que, para ahondar en saberes, nos llevará desde la imagen bidimensional a la infografía, a la web 2.0, y al código QR.
¿Muralla o más de una?
El enorme gasto que significó la construcción de la muralla de La Habana estuvo en correspondencia con la importancia de una urbe que en 1592 había sido distinguida con la titularidad de Ciudad por el rey Felipe II de España, «el Prudente» (Valladolid, 21 de mayo de 1527-San Lorenzo de El Escorial, 13 de septiembre de 1598).
Para entonces, ya la bahía de bolsa y hondo calado eran «escala principal de las yndias», según carta enviada al gobernador de la isla de Cuba Diego de Mazariegos el 9 de febrero de 1556, documento que atesora el Archivo de Indias y fue incluido en el libro Historia documentada de San Cristóbal de La Habana en el siglo XVI, editado en 1927 por la imprenta El Siglo XX.
Las riquezas que España extraía de los territorios conquistados se convertían en codiciado manjar para el resto de las potencias que dominaban los mares y encomendaban el saqueo a sus corsarios (de entonces nos ha quedado la frase patente de corso). A ello se sumaban los piratas que acechaban por cuenta propia.
Del terror que sembraban piratas y corsarios supo La Habana más de una vez. También de la beligerancia extranjera, en particular de la potente armada inglesa que, luego de mucho golosearla, tomó la ciudad en agosto de 1762.
En peligros de ese tipo pensaban los estrategas militares españoles cuando diseñaron un sistema defensivo que fue preciso ampliar y actualizar varias veces a lo largo del período colonial y que, para orgullo de Cuba, hoy es Patrimonio de la Humanidad. Parte inseparable de esa concepción defensiva fue la construcción de la muralla que, en su abrazo, protegía a los pobladores y, sobre todo, los tesoros de la metrópoli.
En 1556, un año después del atraco del corsario Jacques de Sores — aseguró Roger Arrazcaeta Delgado, quien desde 1993 dirige el Gabinete de Arqueología de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana —, ubicamos las primeras referencias a la necesidad de cercar la villa.
En 1558 España envió al ingeniero Bartolomé Sánchez con mano de obra especializada y herramientas para iniciar la construcción del castillo de la Real Fuerza. Hacia 1572, cuando la obra estaba aún inconclusa y no existían el Morro ni la Punta, se documenta un cercado frágil y poco duradero de la villa. Le siguieron varios intentos de ese tipo de los cuales no se han hallado rastros arqueológicos.
Durante el gobierno de Pedro Valdés (1602-1608), el ingeniero militar Cristóbal de Roda Antonelli, miembro de la familia italiana Antonelli, de tradición en la construcción de fortificaciones, levantó el primer plano del espacio que ocupaba la ciudad en 1603. En él aparece el trazo de dos murallas: a una la llamó Cerca Vieja, dibujada en color carmín e identificada con el número ocho; y a la otra, Cerca Nueva, que nunca llegó a erigirse, pero confirma la existencia de un proyecto que merecía ser perfeccionado.
Una de las propuestas más peculiares fue la presentada por el Gobernador Fray Francisco Gelder (1650-1654), quien ideó abrir un canal por el límite oeste de la ciudad, orientado de norte a sur, que permitiera la comunicación de las aguas de la bahía de un lado a otro, aislando a la urbe como si fuera una isla. La autoría original de esta idea correspondía a la Junta General de Guerra que habló por primea vez de ella en 1601, pero resultaba demasiado costosa y siempre fue desechada.
Varios documentos hablan de otras “tentativas fallidas de edificar un cinturón amurallado”. La obra definitiva se inició el 3 de febrero de 1674, bajo el reinado de Carlos II en España y el Capitán General, Maestre de Campo Francisco Rodríguez de Ledesma (1670-1680), quien hizo venir desde Santiago de Cuba al ingeniero militar Juan Síscara, que dirigió la faena, secundado por el maestro arquitecto y alarife cubano Francisco Pérez.
La muralla definitiva, cuyo costo rondaría los 202 mil 701 pesos (según Síscara), fue construida entre los años 1680 y 1702 con lienzos de sillería extraídos de esa enorme cantera en que se convirtió la Habana misma. La sección de tierra corría de sur a norte, desde el baluarte de La Tenaza hasta la puerta de La Punta. Alcanzó una longitud de 2 mil 340 metros e incluía nueve baluartes y un semibaluarte. Su diseño fue respetuoso de los tratados de ingeniería militar y fortificaciones de la época.
La ribera del litoral hacia el interior de la bahía también tuvo un muro, fortificado por tramos, que conectaba las puertas de los extremos terrestres y dialogaba con una ciudad que se sabía dependiente y vulnerable a la intensa actividad portuaria.
Ese sector marítimo tuvo varias versiones, la definitiva fue edificada entre los años 1727 y 1740. Según investigación realizada por el Gabinete de Arqueología de la OHCH, esta alcanzó una extensión de 2 mil 385 metros y su misión era defender el espacio costero, por eso el muro de entre 4 y 8 metros de altura alternaba con fortificaciones como el Castillo de la Real Fuerza; el semibaluarte de La Tenaza; las baterías de San Telmo, San Ignacio, San Francisco Javier y Santa Bárbara; además de los baluartes de San Francisco de Paula y del Matadero.
La muralla terrestre comenzó a ser demolida 190 años después, en 1863, ante la necesidad de modernizar la ciudad y porque para entonces las urbanizaciones de extramuros superaban en tamaño y habitantes a las de la Habana intramuros.
Más tarde, en la década de 1920, el arquitecto y paisajista francés J.M. Forestier propuso un ambicioso proyecto que transformó la capital e incluía, entre otras obras, rectificar el canal de la bahía, construir el Malecón y la Avenida del Golfo, acciones que embellecieron el litoral y sumieron bajo el pavimento aquel enorme muro del sector marítimo. Entre 1926 y 1928, el tramo de la muralla de mar que conectaba las fortalezas de La Punta y La Fuerza quedó desmantelado, sepultado por calles y parques.
La Muralla y sus trazas de vida
Para el historiador Eusebio Leal, la arqueología es el fundamento de la restauración. La investigación de campo que realizan los especialistas del Gabinete de Arqueología resulta vital entonces para la OHCH y su afán por documentar sucesos de la historia, tradiciones y formas de vida.
Los expertos Roger Arrazcaeta y Karen Mahé Lugo Romera han entregado casi la totalidad de su vida laboral al Gabinete de Arqueología, y especialmente al estudio de la Muralla, experiencia que les permite visualizar y explicar procesos como el de su construcción y deconstrucción.
Para ambos, la muralla de La Habana, con sus dos secciones (terrestre y marítima), fue la obra militar más grande e importante del siglo XVII en Cuba. Se extendió a lo largo de casi cinco kilómetros y rodeó prácticamente a toda la ciudad. Estudiarla ha sido materia recurrente desde los tiempos iniciales de la Comisión Nacional de Arqueología, fundada en 1937, y a la cual pertenecieron intelectuales como Fernando Ortiz (1881-1969), Emilio Roig de Leuchsenring (1889-1964), y José María Chacón y Calvo (1893-1969).
Las investigaciones específicas en el sector marítimo comenzaron en la década de 1980, bajo la dirección general del historiador Eusebio Leal Spengler y del arqueólogo Leandro Romero Estévanez, con la participación de un equipo de trabajo de la Empresa Provincial de Reparación a Edificaciones, posteriormente Empresa de Restauración de Monumentos.
Entre 1983 y 1986, se excavó y expuso a la ciudadanía el área de la Maestranza de Artillería, el lienzo contiguo y la garita de San Telmo. A continuación, entre 1986 y 1987, se exploró la Cortina de Valdés donde se hallaron algunas hiladas de la parte inferior de la muralla y diez cañones Barrios fabricados en España.
La necesidad de intervenir otros espacios patrimoniales de la Oficina detuvo esta investigación y no fue hasta el 2006 que, bajo la conducción de Arrazcaeta, un grupo de especialistas del Gabinete de Arqueología y estudiantes de esa especialidad de la Escuela Taller de La Habana Gaspar Melchor de Jovellanos, retomaron las labores y desenterraron algunos de los restos de la Cortina de Valdés, de El Boquete, cimientos parciales de una pescadería de 1835 y del Cuerpo de Guardia de la muralla.
“El trabajo fue duro, bajo el sol abrasador del verano —describió Mahé Lugo— y sujeto a complicaciones propias del lugar, como el inestable nivel del manto freático debido a las mareas”.
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Durante esas incursiones hallaron “un interesante estrato de basurales en condiciones anaeróbicas, con evidencias orgánicas (cuero, madera y semillas) e inorgánicas (cerámica, vidrio, piedra y metales) de los siglos XVII y principalmente del XVIII”, piezas que ahora mismo aguardan por las condiciones propicias para ser exhibidas.
Más cercano en el tiempo, entre los años 2016 y 2017, se realizó una excavación de más de 62 metros de largo que permitió estudiar los restos pertenecientes a la batería de San Francisco Javier, construida con argamasa de cal hidráulica y excelente sillería.
Parque Arqueológico Muralla de Mar
Todos esos sitios ya investigados han ido conformando las páginas de un proyecto mayor que es el Parque Arqueológico Muralla de Mar que a partir de este noviembre pretende dar luz a ese muro que una vez quiso abrazar a la ciudad.
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- La Real Maestranza de Artillería fue erigida en 1842 donde antes existiera una fundición y más tarde el Cuartel de San Telmo. Luego de un renovador proyecto de ampliación, la Maestranza terminó siendo una edificación sobria, de fachada neoclásica, donde radicaron oficinas, almacenes, alojamientos de oficiales y soldados, así como modernos talleres para fabricar, transformar y dar mantenimiento a armas y proyectiles. En 1899 las tropas hispanas abandonaron el edificio y fue ocupado entonces por el gobierno interventor de Estados Unidos. Durante la década de 1930 el lugar fue demolido debido a la construcción del Malecón y la Avenida del Golfo o del Puerto. Como parte del trabajo de campo de los arqueólogos, se identificaron allí conductos de desagüe y parte de la traza de la muralla. De particular interés resultó el hallazgo de los restos de un horno de cubilote, estructura cilíndrica vertical revestida de material refractario donde es posible fundir casi todas las aleaciones de hierro hasta su estado líquido.
- La Cortina de Valdés fue un pequeño paseo arbolado con escalinatas de acceso en la calle Tacón, desde Mercaderes y Chacón. Fue proyectado en 1841 durante el gobierno de Gerónimo Valdés y diseñado por el ingeniero militar mexicano Mariano Carrillo de Albornoz. La alameda se elevaba a unas dos varas (menos de 2 metros) sobre el nivel de la calle, tenía una longitud de 200 varas (167 m) y unas 30 (25,5 m) de ancho. En 1903 fue preciso nivelar las calles para que circulara el tranvía por esa zona y los restos de la Cortina quedaron cubiertos por una capa de asfalto que empezó a ser removida en la década de 1980 por los arqueólogos. De la exploración sobresale el hallazgo de diez cañones Barrios fabricados en España durante el siglo XIX. Se comprobó que nunca fueron disparados, y que su rol fue puramente ornamental.[/note]
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- El Boquete, también llamado Boquete de Juan de Rojas, de los Pimienta, o de la Pescadería se corresponde con un pequeño entrante costero por donde escurrían las aguas de lluvia procedentes de la ciudad y que hoy coinciden con el inicio de la calle Empedrado. En los siglos XVIIIy XIX fue utilizado como punto de atraque y descarga de pequeñas embarcaciones pesqueras que llevaban sus capturas hasta la cercana Pescadería. A fines de la década de 1920 toda el área quedó asfaltada como parte de la ampliación de la Avenida del Puerto. Desde hace unos años fue construido allí un paso peatonal y este noviembre quedó inaugurado el vehicular.[/note]
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- La Pescadería fue un modesto e insalubre establecimiento del siglo XVIII ubicado muy cerca de El Boquete y de La Catedral. En 1835 es sustituido por una edificación moderna, financiada por el comerciante catalán Francisco Marty y Torrens, quien se dedicaba al negocio de la pesca, la navegación y el tráfico ilegal de indios mayas a Cuba. El nuevo inmueble, cuya ubicación está marcada en verde en el mapa de 1857, fue una obra de mampostería de estilo neoclásico de planta rectangular con aproximadamente 49 m de largo y 16 m de ancho, poseía mostradores recubiertos de mármol blanco y piso enlosado. La pescadería funcionó hasta 1899.[/note]
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- La batería de San Francisco Javier estaba dispuesta entre El Boquete y la batería de Santa Bárbara, esta última a un costado de uno de los baluartes del castillo de la Real Fuerza. Fue construida por el ingeniero militar Bruno Caballero entre los años 1727 y 1733. Un plano del 16 de agosto de 1762 firmado por el ingeniero militar en jefe de la Plaza de La Habana Baltasar Ricaud, muestra al enclave con un parapeto de nueve troneras en las que se ubicaba el armamento reglamentario (cañones calibre 24 y 18). Durante el ataque y bombardeo de los británicos a La Habana, en el verano de 1762, la batería entró en combate y recibió varios impactos de la artillería enemiga. En 1763 su reparación formó parte de los planes estratégicos de defensa a cargo del ingeniero Silvestre Abarca. Es posible que hacia esa fecha se haya transformado en una batería a barbeta, como se aprecia en imágenes del siglo xix y principios del XX. Esta imagen fue tomada durante el proceso de investigación arqueológica.[/note]
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