Era la madrugada del miércoles nueve de noviembre de 1932 y el poblado de Santa Cruz del Sur, en Camagüey, comenzaba a vivir una de las catástrofes naturales más dura que ha vivido Cuba.
Un ciclón que procedía del Atlántico se adentraba en el mar Caribe. El Observatorio Nacional anunciaba la cercanía del último ciclón de aquella temporada y del peligro que se podía extender desde Camagüey y hacia el oeste.
Pero, como las opiniones de los meteorólogos estaban divididas, con pronósticos contradictorios y todo parecía en calma, muchos pobladores no se alarmaron ante el peligro que se acercaba.
Amaneció el nueve de noviembre y el huracán tocó tierra muy cerca de Santa Cruz del Sur. El poblado recibió la fuerza de unos vientos de más de 250 kilómetros por hora que procedían del mar, con olas que alcanzaron grandes alturas y penetraron 25 kilómetros tierra adentro.
El ras de agua se tragó el pueblo. En nada, según cuentan los especialistas, 570 casas fueron destruidas y unas tres mil personas fallecieron.
En su tránsito por tierra, el ciclón afectó, además de Santa Cruz del Sur, a poblaciones como Guayabal, Camagüey, Júcaro, Morón, Nuevitas, Ciego de Ávila, Florida, Puerto Tarafa, Pastelillo, Camajuaní, Caibarién y Jatibonico. Pero los santacruceños vivieron uno de los huracanes más violentos que ha sufrido Cuba. Las marcas de aquel día, aún permanecen en los recuerdos de algunos, en la historia.
Sin embargo, 90 años después Santa Cruz es otro. Los pobladores ya no viven cerca del litoral, sino que se han traslado algunos metros tierra adentro. Y se acostumbraron a respetar al mar, sobre todo en momentos de eventualidades como esa.
La prevención se ha vuelto palabra de orden, gracias a la educación y preparación que recibe el pueblo y a los especialistas en la materia, quienes informan con claridad sobre el paso de los huracanes.
La esperanza es que nunca vuelva a ocurrir algo parecido, pero el cambio climático bien puede generar la aparición de otro ciclón de gran envergadura.
Pero a los santacruceños no los tomará desprevenidos; lo del 32 no ocurrirá otra vez, nadie perderá su vida ni sus bienes si apareciera otro fenómeno meteorológico.