Gran repercusión pública ha tenido la presentación este miércoles del informe que Cuba presentará ante la Asamblea General de la ONU en los primeros días de noviembre sobre los daños que el bloqueo de los Estados Unidos provoca a nuestro pueblo.
Más de 15 millones de dólares de pérdidas económicas, día por día en el último año, son mucho dinero; como lo son un millón de millones de dólares a lo largo de más de seis décadas, una cantidad mucho más difícil de imaginar para cualquier ser humano.
Y se preguntaba nuestro Canciller cómo sería Cuba hoy si el país hubiera tenido todos esos recursos. Por eso en este 20 de octubre, Día de la Cultura Cubana, pensábamos en esa respuesta mucho más allá del ámbito material.
Porque posiblemente el mayor impacto de toda esa agresión desmedida e injustificable contra nuestro país a lo largo de más de 60 años esté en nuestra espiritualidad, en ese sufrimiento persistente que se nos ha ocasionado, en esa agresión permanente contra lo que somos y lo que queremos ser.
Si entendemos la cultura en su sentido más amplio, en el de nuestra esencia como nación y nacionalidad, nadie podría cuantificar los perjuicios que nos ha provocado esa política hostil desde el país más desarrollado del planeta, contra el archipiélago rebelde que ha querido soñar y construir su libertad de una manera diferente a la que nos quieren imponer por la fuerza.
Toda esa guerra económica, financiera y comercial es mensurable, medible en pesos y centavos, ¿pero qué efectos ha tenido sobre nuestra forma de vivir y actuar? ¿Cuántas virtudes no nos habrá robado? ¿Cuántas realizaciones y talentos no se habrán frustrado? ¿Cuántas creaciones artísticas, cuántas hazañas deportivas, cuántos descubrimientos científicos para Cuba y el mundo no se habrán truncado por el bloqueo?
Es cierto también que los obstáculos, hasta los más terribles, pueden alentar soluciones; que la creatividad y la resistencia constituyen reacciones ya propias de la cultura cubana, sometida a ese ataque constante; y que también en ese crisol de lucha nos hemos hecho un pueblo solidario, asertivo, internacionalista.
El precio que hemos pagado, sin embargo, ha sido muy alto. Y también hay dificultades, deficiencias, subjetividades negativas cuyo caldo de cultivo han sido las carencias, los reblandecimientos, las penurias que no pocas veces pueden debilitar las creencias, las confianzas y los sueños.
No por gusto entre las más recientes agresiones mediáticas y psicológicas que integran también ese bloqueo de los Estados Unidos contra Cuba sobresalen las que intentan privarnos de nuestros referentes culturales, de chantajear, presionar, corromper y quebrar el carácter de nuestros artistas e intelectuales, y para ello pasan sobre cualquier escrúpulo ético.
Porque saben que es más fácil recuperarse de la falta de recursos económicos que de ese efecto devastador que querrían producir sobre nuestra conciencia colectiva, o lo que es lo mismo, contra la cultura cubana.
Por eso la frase Mejor sin bloqueo no debe hablarnos solo del bienestar material que ese auténtico reclamo nos traería, sino también de cuánto más plenos, más justos y más cultos podremos ser como pueblo cuando hayamos derrotado —porque alguna vez ocurrirá, nadie lo dude— esa criminal obsesión contra Cuba.