A veces hablamos de tradiciones perdidas, tradiciones que hay que rescatar, y la realidad es que tradición que haya que rescatar deja de ser una tradición.
No es el caso de la décima, que es mucho más que una estrofa, más que una expresión literaria. La décima en Cuba es un abarcador sistema cultural, que tiende puentes a todas las artes.
Es, de hecho, más que su formato: una vocación lírica, un verdadero movimiento creativo; es, de hecho, uno de los pilares de una cultura de fuerte arraigo popular, y al mismo tiempo de altísimo vuelo estético.
Se le ha definido en bastantes ocasiones en dos aristas: la culta y la popular. Y ciertamente —y de eso se ha hablado mucho recientemente— esas dimensiones se funden, desdibujan fronteras.
Porque en esos 10 versos octasílabos y cuatro rimas se puede concretar lo mismo una propuesta de profundo calado conceptual, que el más sencillo —que no simple— impulso creativo. Son moldes para una sensibilidad.
Si la décima y otras expresiones del verso improvisado han permanecido en la preferencia de un público entusiasta y de poetas de probadas credenciales (y no solo en los campos, como pudieran pensar algunos) ha sido precisamente por su extraordinaria flexibilidad.
Porque hay poetas que la improvisan (y hay improvisaciones que asombran por su contundencia), y hay poetas que escriben en décimas y en décimas han dejado extraordinario testimonio lírico.
Recientemente se cumplió el centenario de un hombre que se paseó con soltura en la expresión popular de la poesía y también en esa dimensión, si se quiere, más pulida. Es más, cultivó la décima y otras estrofas en toda su riqueza formal y expresiva, hasta el punto de que pudo trascender ciertos estancos: Jesús Orta Ruiz, el Indio Naborí.
Este poeta devino símbolo de la multiplicidad de la décima, de su resistencia y capacidad de renovación.
El recién finalizado Congreso Iberoamericano de la Décima y el Verso Improvisado, que estuvo dedicado precisamente a Orta Ruiz, ha acogido intensos debates sobre la vigencia y la proyección social de la que se ha considerado la estrofa nacional —independientemente de la puntual subestimación de algunos, en épocas al parecer ya lejanas.
Hay una certeza: en Cuba se escriben y se improvisan décimas con calidad. Y hay cantera, que es obviamente garantía de continuidad.