Este domingo más de 156 millones de brasileños están convocados a elegir al presidente que conducirá los destinos de la nación en los próximos cuatro años. Vale recordar que en ese país el voto es obligatorio para los ciudadanos que tienen entre 18 y 69 años, y opcional para los jóvenes de 16 y 17 años, así como para los mayores de 70.
En general hay cinco cargos en disputa: diputado federal, diputado estatal, senador, gobernador y presidente. En la urna electrónica, sistema en uso desde 1996, las opciones se muestran en ese mismo orden. El elector debe digitar el número de su candidato y verificar su nombre y fotografía para confirmar su voto. Lula da Silva, por ejemplo, es el número 13; Jair Bolsonaro, el 22. Se espera que los primeros resultados de la jornada electoral se conozcan una hora después del cierre de urnas, previsto para las cinco de la tarde.
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— EL PAÍS América (@elpais_america) October 1, 2022
A estos comicios se presentaron más de cuatro candidatos a la presidencia, pero la sociedad se ha polarizado en torno a dos, el expresidente Lula da Silva, del Partido de los Trabajadores (PT), y el actual mandatario Jair Bolsonaro, del Partido Liberal.
Los programas de ambos difieren notablemente. En lo económico, el primero favorece un mayor papel del Estado, mientras el segundo apoya privatizaciones de empresas paraestatales. En lo social, el candidato izquierdista menciona la importancia de proteger los derechos de las minorías raciales y sexuales, mientras el ultraderechista se centra en la familia y en la protección de la vida «desde la concepción».
Según las encuestas, es real la posibilidad de que Lula selle su regreso en primera vuelta. Un sondeo difundido el lunes 26 aseguró que el otrora líder sindical contaba con el 52 % de las preferencias de voto, mientras que Bolsonaro debería conformarse con el 34 por ciento.
De confirmarse ese pronóstico, Lula se convertiría en el primer presidente brasileño al quien el pueblo concede un tercer mandato. Sus dos primeros períodos fueron consecutivos y lo mantuvieron en el cargo entre el 2003 y el 2010.
Ese último año, cuando traspasó la banda presidencial a Dilma Rousseff, también del PT, Da Silva gozaba de un índice de aprobación superior al 80 por ciento. Ocho años después, entre abril del 2018 y noviembre del 2019, sufrió 580 días de injusta condena por supuestos casos de corrupción. En realidad fue la jugada de la derecha política brasileña, secundada por representantes del poder judicial, para sacarlo del ruedo político y que Bolsonaro pudiera coronarse como presidente.
No obstante, Lula salió de la prisión enamorado y con fuerza renovada, dispuesto a devolver la esperanza a sus seguidores. Recompuso el partido que fundara en la década de los años 80 y desde entonces ha estado recorriendo pueblos y ciudades, haciendo política a partir del dialogo directo con la gente.
Solo la pandemia de la covid-19, agravada en Brasil por la mala gestión gubernamental, pudo frenar las multitudinarias concentraciones en las que el “fenómeno Lula”, de 76 años, exponía cómo hacer para que la nación recupere los índices de crecimiento económico que la llevaron a convertirse, al menos durante el 2011, en la sexta economía del mundo.