Aún siente el calor inmenso de aquel viernes 5 de agosto que se pintó de fuego. En su memoria perdura aquella imagen del petróleo quemado derramándose del enorme tanque.
El Teniente de las Fuerzas Armadas Revolucionarias Ernesto Rafael Zamora Garcés, con solo 21 años, lleva en su cuerpo quemaduras que marcan el valor y el arrojo de este joven que junto a otros muchos enfrentaron aquel enorme incendio en la zona industrial de Matanzas.
Este bayamés hoy se recupera en su hogar, junto a los suyos, y con mucha conmoción recuerda los sucesos: “Sobre la diez de la noche me informó el Jefe de Plana del Batallón de Transporte que había ocurrido un incendio en Matanzas y que necesitaba que yo apoyara con una pipa de agua y dos choferes.
“Salimos para allá y llegando a Matanzas se ponchó el carro, nos ayudaron unos compañeros del MINIT y luego nos incorporamos al lugar de los hechos.
“Fue como una película en la vida real. Desde que llegué y vi eso, aquel tanque enorme ardiendo en llamas, petróleo crudo que se quemaba, un calor insoportable, yo estuve parado frente al tanque y tuve que protegerme detrás de la pipa, porque eran una temperatura altísima y no resistía el calor.”
Narra Ernesto Rafael que lo ubicaron frente al primer tanque que ardía en llamas para habilitar, con agua, el área de los bomberos- “De repente un compañero nos dice que fuéramos hasta una guagua que estaba cerca a merendar y cuando nos alejábamos, como a 80 metros, vimos una llamarada enorme y comenzó a quebrase el tanque.
“Una tremenda ola de calor nos impactó. Comenzamos a correr, pero yo sentía las quemaduras. Al cabo de 300 metros aprecié un área verde y me lancé y me protegí”.
Fue un día duro para Ernesto. Recuerda entonces la desesperación de sus compañeros que protegían sus vidas. “Cuando me recupero un poco y me levanto del lugar donde estaba busqué a mis compañeros y vi a uno de ellos en el suelo. Lo ayudé a parar, ya tenía toda la espalda quemada, le faltaba el aire, le pregunté si se iba a desmayar y me dijo que solo estaba fatigado y le dije que juntos íbamos a salir de allí.
“Nos llevaron para el hospital Faustino Pérez donde nos atendieron enseguida y luego nos trasladaron para el hospital Naval Pedro Luis Díaz Soto de La Habana. Allí recibimos muy buenas atenciones, las curas eran muy dolorosas, pero supe resistir hasta que me dieron el alta y estoy aquí con mi familia, recuperándome”.
Su mirada se pierde como buscando entre tanto fuego y humo los rostros de los que allí cayeron por cumplir con su deber, en sus orejas, cuello y brazo derecho están las cicatrices del valor y el coraje.
“Si otra misión me tocara ahí estaré, siempre daré el paso al frente. Fue la vida que escogí, ser oficial de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y eso requiere sacrificio”.