El Velasco, en plena urbe matancera, no imaginó hospedar a parte de la familia de los que fueron a salvar la Base de Supertanqueros y aún no regresan. Son los clientes que un hotel nunca quisiera tener.
En la barra del lobby, recostado al mostrador, despacio, sin prisa, Rolando Martínez se bebe un café. Tiene los ojos fijos en aquel televisor, en el fuego devorándolo todo, en el humo, los bomberos, en la manguera soltando chorros de agua. “¿Dónde estará el mío?”.
El 5 de agosto, antes de salir de La Habana, Raciel Martínez Naranjo, de 36 años, llamó a su padre: “Me voy a una misión a Matanzas”. Él le dio su consentimiento, y el joven se subió a la pipa y condujo hasta la zona industrial de la urbe yumurina.
En Palma Soriano, Santiago de Cuba, una angustia profunda se sintió cuando llamaron para avisar… Con la esperanza de una mejor noticia los padres y la hermana de Raciel llegaron a El Velasco. Poco después, los familiares de los desaparecidos pasaron a un salón para reunirse con dos compañeros del Ministerio del Interior. Les dijeron que plantearan lo que quisieran, que hablaran.
Rolando fue el primero: “Yo soy un agradecido de la Revolución. Sé que ahora mismo millones de cubanos y de otras partes del mundo están con nosotros…, pero este sentimiento de dolor nada ni nadie no los quitará”, y el llanto le amarró la voz, por unos segundos.
“Me he preguntado qué debió hacerse ante el peligro representado por esos tanques, que se estaban calentando, si había que retirar a las fuerzas de allí. No me estoy quejando, pero hay que reflexionar, sacar experiencias, seguir capacitando a los combatientes para evitarnos sufrimientos tan grandes.
“Yo vi echar agua con mangueras muy estrechas, y uno sabe que aquí no tenemos toda la tecnología para enfrentar un incendio así. Yo culpo al bloqueo de los Estados Unidos por eso, por impedir comprar cosas que mi país necesita.
“En Cuba están sucediendo problemas muy difíciles. El Presidente de la República Miguel Díaz-Canel Bermúdez gobierna el país en condiciones duras, pero hay que apoyarlo, ayudarlo, unirnos todos”.
Pasarán los años, y “seguiremos recordando a nuestros seres queridos, los que vimos crecer y formamos, fíjense si los formamos, que dieron el paso al frente, al igual que lo hicieron muchos como mi hijo que estuvo en el Saratoga”.
Raciel y su madre siempre fueron muy unidos. Él le profesaba un amor bonito, de llamadas diarias desde La Habana y siempre al tanto de ella, preocupado. “Mamá, si algo me llegara a pasar un día no me guardes luto, no vayas a sufrir”. María Eugenia se pasa el pañuelo por los ojos: “Pero él es mi hijito, cómo no voy a llorarlo”.