Los 13 años que Yunior Expósito Eckelson lleva como bombero, y su entrenamiento como alpinista le valieron para ser uno de los dos bomberos matanceros incorporados a las labores de rescate y salvamento de las víctimas de la explosión ocurrida en el hotel Saratoga, en La Habana. Al concluir aquellas intensas jornadas pensó que ese sería el servicio más duro de su vida.
El 6 de agosto del 2022, exactamente tres meses después, comprendió que para un bombero siempre puede haber algo peor. Desde ese día ha dado la cara al siniestro de mayores proporciones que ha vivido Cuba en las últimas décadas. Más de 65 mil metros cúbicos de combustible se han convertido en calor, ceniza y muerte.
“Yo estaba en casa. Me preparaba para salir al día siguiente rumbo a Manzanillo para llevar a mi hijo con su madre tras disfrutar un mes juntos. Subí a la azotea porque comentaron de una columna de humo que se elevaba al cielo desde la zona industrial ¿Será la termoeléctrica Antonio Guiteras?, especulaban. Yo enseguida supe que aquellas llamas salían de la base de supertanqueros y que algo muy grave estaba sucediendo”.
Yunior fue de los primeros en llegar: “Eso de salir corriendo a prestar ayuda, ese disparo de adrenalina ante el peligro, es como un bichito que se mete dentro y nunca más sale.
“Pasé el servicio militar en el comando 2 de la ciudad de Matanzas. Cuando faltaban seis meses para licenciarme, un primo bombero me avisó de un curso en La Habana. Ya me había graduado de técnico medio en contabilidad, pero siempre he disfrutado estudiar, así que decidí pasar el tiempo que me quedaba como recluta aprendiendo algo más.
“Eso de ser bombero me gustaba, somos tres de la familia Eckelson en el Cuerpo, pero el impulso verdadero me lo dio un jefe que me subestimaba: ‘Tu fenotipo no es para esto‘, decía. Él fue quien primero vio mi título cuando me gradué en la Escuela Nacional. Luego me hice buzo y alpinista. Hoy soy uno de los 15 técnicos de rescate y salvamento de la provincia, y también estoy preparado en la extinción de incendios.
“En el Saratoga el trabajo fue fuerte. Allí, tras 12 años, me reencontré con uno de mis profesores. Ya no está activo, pero trabajó junto a nosotros como uno más. ‘Estás changaneando duro‘, me comentó. Que lo dijera él fue uno de mis mayores reconocimientos.
“Lo del hotel fue duro, pero nada como esto de la zona industrial. Nunca había vivido el dolor de perder a un compañero”, confesó y esconde la mirada.
Para Yunior, el éxito de una misión está en cumplir con la tarea encomendada y en ser disciplinado: “Si te mandan a recoger papelitos del piso, no es que sea capricho, hay que recogerlos, quizás eso represente que quien venga detrás no resbale y caiga”.
“El que llega a esta profesión en busca de fama, comodidad o dinero, está equivocado. Cualquier día podemos estar en peligro. Mi hijo dice que quiere ser bombero, yo preferiría que se dedicara a otra cosa, pero lo comprendo, es la profesión más bonita del mundo. ¿Qué mejor pago que salvar una vida? A veces no recuerdas los rostros de todos los que has rescatado, pero emociona que te identifiquen y saluden en la calle.
“En realidad, cada quien puede ser rescatista desde su línea, a veces sin saberlo, basta hacer bien lo que toca. En estos días tuve que reintegrar el pasaje que había sacado para llevar a mi hijo a Manzanillo. Lo hice preocupado pues están difíciles de conseguir. Es cierto que estoy de vacaciones, pero no puedo irme, no ahora. Se lo comenté al director de la empresa de ómnibus: ‘Cuando termines la misión ven a verme’, fue su respuesta y con ella me rescató, como mismo hicieron el taxista que me ayudó a llegar a La Habana el día del Saratoga o los periodistas que en días terribles escriben historias que nos devuelven la energía y la fuerza.
“Este incendio en la base de supertanqueros ha superado todo lo vivido. La situación financiera del país y el impacto del bloqueo han impedido el acceso a las tecnologías requeridas para lidiar con situaciones como esta. Son carencias que debemos suplir con profesionalidad, conocimientos y preparación, aunque eso no resuelva todos los problemas.
“Me llena de orgullo la respuesta de la comunidad mundial de bomberos, ella no cree en fronteras, ideologías ni políticas. Como mismo una vez yo propuse ir al Amazonas, hoy tenemos aquí la cooperación de colegas de Venezuela y de México. Nuestro objetivo común es salvar vidas”.
A Yunior lo encontramos en la madrugada del domingo en las afueras del comando más cercano a la base. Estaba listo para regresar a la acción. Su rostro reflejaba el cansancio de casi 48 horas de trabajo ininterrumpido: “No puedo dormir. Tampoco quiero pensar en mis compañeros desaparecidos. Ahora hay que enfocarse en la misión. Cuando salgamos de esto, hablaré con los familiares, nos miraremos a los ojos y podremos llorar.
“La muerte es caprichosa, yo estaba allí cuando colapsó el primer tanque, pude ser uno de los desaparecidos, pero poseo la certeza de que esos que no sobrevivieron hoy estarían haciendo lo mismo que nosotros, dando el máximo.
“A mis 32 años no tengo temple para estar tras un buró, espero seguir activo por muchos más. Me gustaría llegar a los 60 como aquel colega alpinista con quien trabajé en una ocasión en lo alto del hotel Habana Libre. Y si un día me tocara, quisiera que me recordaran domando a la fiera -así le decimos al fuego-, disparándole agua, espuma, o lo que haga falta”.