Una mala elección. Después de cuatro días de coberturas al peor siniestro ocurrido en Cuba, decidí no acercarme a la zona del desastre. Tres veces había estado muy cerca del peligro, ¡tres veces! Para no jugar con mi buena suerte, también por precaución, cambié el rumbo. Fue una mala decisión.
El lunes, a las 9 de la mañana llegué al Parque de La Libertad. Mientras caminaba hacia el hotel Velasco, me fijé en el humo procedente de la zona industrial. A pesar de los más de 12 kilómetros que separan a un punto del otro, daba la impresión de que el penacho a veces negro, a veces gris, estaba encima de la instalación, cubriéndola como una manta. Tomé una foto de aquella triste imagen. Guardé el móvil y avancé.
En el lobby del Velasco había mucha gente. Familia, amigos, vecinos, conocidos de los 14 desaparecidos de la explosión del amanecer del 6 de agosto. A este hotel, siempre voy, así que allí me conocen de sobra. El custodio me saludó sin su alegría de siempre. Era entendible. Caminé hasta la barra, de inmediato alguien del Gobierno Provincial me identificó. “Juany, no conviene hacer trabajos periodísticos, no ahora, para respetar el duelo de la familia”.
Saqué la mano de mi cartera y dejé el téfono en el mismo lugar donde antes lo había guardado. El dependiente me brindó un café, cuando me disponía a beberlo, llegó Andy, el joven director de la instalación, que forma un complejo con el hotel Louvre.
Él nunca imaginó hospedar ahí a la madre, al hijo, el padre, la abuela, la hermana o la esposa de los que fueron a salvar la base de Supertanqueros y aún no regresan. “Esos son los únicos clientes que un hotel no quisiera tener”, dijo Andy y echó a llorar, y lo abracé. Él se fue, casi apenado a su oficina. Yo lo seguí, pero no entré.
En el pasillo, me crucé con la camarera Yuneisy Rosell. Tenía la cabeza pegada a un piso que más no podía brillar. “Esto es muy duro. Trato de disimular, pero no es fácil. Tengo dos hijos y entiendo perfectamente el dolor de una madre. Aquí tratamos de esconder la tristeza y hacer nuestra labor lo mejor posible. Creáme,,es muy difícil”.
Sigo avanzando, miro a una mesa y veo a una mujer llorando. Acaba de llegar de Palma Soriano, en Santiago de Cuba, me dice alguien. Viajó con la esperanza de una mejor noticia. Cuando supe que era de mi tierra, fui a saludarla. Llegué tarde. Todos los familiares pasaron a un salón a reunirse con dos compañeros del Ministerio del Interior. Les dijeron que hablaran, que plantearan lo que quisieran.
Lo que escuché allí me produjo un dolor indescriptible, solo parecido a la muerte de mi mamá, mi herma, mi padre, mi sobrino. Yo no tengo hijos, ayer, por primera vez pensé que era mejor así.
En el Velasco hay también un gran incendio, solo que las explosiones de allí no se escuchan como las de la zona industrial. Hay tanto sufrimiento ardiendo, que una cree que lo mejor es salir corriendo. Eso no lo pueden hacer los trabajadores del Velasco.
PD: Tengo más para narrar, pero no puedo, no puedo seguir escibiendo. No ahora