Cuba ha vivido ya varias jornadas de incertidumbre, dolor y desasosiego, como consecuencia del incendio de proporciones nunca antes vistas en el país, ocurrido en la base de supertanqueros de combustible que todavía tiene en vilo a Matanzas.
Como en cada ocasión que nuestro pueblo atraviesa una situación crítica, emergen valores y fuerzas que nadie se atrevería tal vez a calcular, pero que expresan esa madera heroica de la cual están hechas las bases de esta nación.
Unidad, valentía, solidaridad, espiritualidades, toda una combinación de factores que nos permite no solo resistir los embates de la adversidad, sino también superarlos, incluso en medio de la tristeza y el abatimiento que puede llegar a producirnos en lo más íntimo tales situaciones extremas.
El siniestro que ahora debemos superar posee características muy peculiares si lo comparamos con otros fenómenos naturales o accidentes que nos han afectado y enlutado en otras oportunidades.
Muy concentrado geográficamente, en la zona industrial a las puertas de la llamada Ciudad de los Puentes, su peligrosidad trasciende por mucho ese espacio físico, no solo por los riesgos y las pérdidas de vidas que ya ha representado, sino por sus implicaciones sociales y económicas, en medio de una contingencia energética que padecíamos desde hace semanas.
Esa comprensión resulta esencial para que podamos no solo extinguir el incendio y afrontar el dolor de las irreparables pérdidas humanas, sino también comenzar lo más pronto que sea posible a restañar las heridas psicológicas y materiales que previsiblemente nos dejará esta catástrofe.
En esas circunstancias tan terribles, constituye un bálsamo ese sentimiento generalizado que se percibe en nuestra ciudadanía de desearles el bien a todas las personas implicadas directamente en las acciones por sofocar el fuego y aminorar sus consecuencias, ya sea las fuerzas de bomberos, combatientes, trabajadores del petróleo, personal de salud y un largo etcétera de gestos y proezas anónimas que ojalá algún día podamos conocer y reconocer en toda su magnitud.
Y aunque es cierto que todo el mundo no podemos estar en Matanzas, ni asumir esas misiones tan difíciles para la cual son necesarias conocimientos y destrezas muy específicos, además de esas buenas vibras, también cada cubana y cubano tenemos que hacer todo lo que podamos y esté a nuestro alcance para contribuir a superar este duro momento.
Eso incluye no solo las ejemplares ayudas directas, mediante donativos o la colaboración, que ya muchas personas e instituciones realizan con altruismo y modestia, en diferentes ámbitos de actuación y para satisfacer disímiles necesidades de las fuerzas técnicas involucradas y de la población más afectada.
También es preciso colaborar con nuestra disciplina, comprensión del momento, civismo en la manera de reaccionar ante una información adversa, un contratiempo puntual que se produzca, por razón o no de esta tragedia, y que requiera de acciones colectivas para resolverlas o aliviarlas.
Hagamos por estos días, más que nunca, lo mejor que podamos por quien está a nuestro lado, en el trabajo y en el barrio; para alentar y acompañar con nuestra conducta y criterio ecuánime y responsable, desde posturas constructivas y respetuosas, a las personas que tienen sobre sus hombros la responsabilidad de organizar y liderar procesos tan difíciles; para ofrecer nuestro aporte concreto y preciso en la tarea que nos toca a cada cual.
Así también estaremos retribuyendo a quienes han luchado y continúan haciéndolo, por apagar las llamas en la base de supertanqueros de Matanzas. Porque en esta hora de incertidumbre, dolor y desasosiego, está muy bien desear el bien, sí; y todavía es mucho mejor, hacerlo.
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