“La Cumbre (de los Pueblos por la Democracia) ha concluido, pero nuestra búsqueda por construir la unidad en la lucha no. Nuestro planeta nos necesita, nuestra gente nos necesita, ¡y venceremos!”, dice la declaración final del evento que sesionó en la Universidad Comunitaria Vocacional-Técnica de Los Ángeles, California. Asistieron representantes de más de 250 organizaciones de trabajadores, inmigrantes, mujeres, pueblos negros e indígenas, comunidad LGBTQIA+ y otros espacios.
“La exclusión de Cuba, Venezuela y Nicaragua convirtió a la cumbre de Biden (IX Cumbre de las Américas) en un desastre político”, refiere el texto y aclara que tal postura “no habla en nombre de la clase trabajadora y de la gente de conciencia de este país que desea la amistad y el diálogo con todos los pueblos de nuestro hemisferio.
“Esta Cumbre que hemos construido juntos —afirma— ha sido un puente entre organizaciones, movimientos, regiones, idiomas y fronteras. Estamos creando lazos entre nosotros y la unidad a través de nuestras diferentes luchas. (…) La humanidad no tiene otra opción que luchar. Estaremos en las calles, en nuestros barrios, en nuestros lugares de trabajo y en nuestros hogares, construyendo y organizando constantemente, llevando a cabo las miles de pequeñas tareas y grandes luchas que juntas nos acercan a la victoria”.
Esta postura ecuménica, optimista y transformadora de la realidad fue la respuesta que necesitaba esa otra cumbre, la de los ausentes o del fracaso, como algunos han denominado la cita que entre el 8 y el 10 del presente reunió en la segunda ciudad más poblada de Estados Unidos, a gobernantes de apenas 23 países de los 35 que componen el hemisferio.
Por supuesto, los organizadores hablan de resultados loables, y entre estos mencionan la aprobación de dos planes de acción, uno sobre Gobernabilidad Democrática y otro sobre Salud y Resiliencia. Según el canciller cubano Bruno Rodríguez Parrilla, el primero “desconoce la diversidad y pluralidad política y social de nuestra región”; y el segundo, “por excluyente, se vuelve ineficaz”.
Veinte países firmaron además la Declaración de Los Ángeles sobre Migración y Protección, que incluye acciones para frenar la llegada de indocumentados a EE. UU. Pero quienes se lanzan en la azarosa travesía migratoria que atraviesa casi toda la región, escapan de la violencia, dificultades económicas de todo tipo, o la falta de oportunidades. Según datos oficiales, cada día unos 7 mil 500 migrantes irregulares intentan cruzar la frontera estadounidense. No obstante, el documento solo propone acoger la magra cifra de 20 mil refugiados de América Latina enlos años 2023 y 2024.
Sobre la asistencia monetaria para este tema, el Gobierno de Joe Biden anunció que desembolsaría 314 millones de dólares. Presentó como generoso el gesto de aumentar la acogida de refugiados haitianos, sin dar cifras al respecto, y habló de 11 mil 500 visas de trabajo temporal a ciudadanos de ese país y otros de Centroamérica.
Vale recordar que en mayo aprobó un paquete de 40 mil millones de dólares —equivalentes al PIB de Camerún en el año 2020— para continuar las acciones bélicas en Ucrania y dijo estar dispuesto a recibir una cifra de refugiados cinco veces superior a la suscrita para Latinoamérica y el Caribe.
Mientras los estadistas presentes en la IX Cumbre discutían sobre visas y asistencia monetaria, una caravana de 15 mil personas, de las mayores de los últimos años, seguía rumbo a la potencia norteña desde el sur de México.
Mucho de marketing político hubo entre los organizadores del evento, pero los ojitos entornados y las sonrisas ensayadas no pudieron negar que cada vez son más los políticos de la región que se plantan frente al imperio y, sentados a la misma mesa, dicen las verdades que el anfitrión no quiere escuchar.
“El silencio de los ausentes nos interpela”, apuntó durante la apertura el mandatario argentino Alberto Fernández quien, en su condición de presidente pro témpore de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) denunció las exclusiones de Cuba, Nicaragua y Venezuela. Y alertó: “Para que esto no vuelva a suceder, quisiera dejar sentado para el futuro que el hecho de ser país anfitrión de la Cumbre no otorga la capacidad de imponer el derecho de admisión sobre los países miembros del continente”.
Las dos Cumbres recién concluidas en EE. UU. confirman la certeza del camino pensado por José Martí para Nuestra América: ser una “en alma e intento”.