Silencio. Silencio roto en el parque de la Fraternidad. Enfrente del destrozo, de la tragedia, centenares de velas alumbran con las 46 almas que se llevó la explosión del Hotel Saratoga el pasado 6 de mayo.
Solo rompen ese silencio una música lúgubre, los desquiciados obturadores de cámaras fotográficas y el llanto de los familiares, a quienes a veces, entre sollozos, se les escapa la vida.
También alteran la calma los pasos, se sienten muchos pasos de cubanos que se hacen cómplices del dolor.
En pedazos, de fondo, tras las fotos de esas 46 personas que perdieron la vida, el Saratoga muestra sus heridas, desaliñado, y se rompen algunos vasos con velas y también se rompe una señora que le habla a la imagen de uno de sus familiares: «¿por qué pasaste por ahí?», le pregunta, envuelta en llanto, y lo vuleve a repetir como quien espera una respuesta… pero solo hay silencio.
Una cinta negra se aferra al brazo izquierdo de la estatua de la fuente de la India, incólume, testigo presencial de estos siete días de tristeza.
Los bomberos y rescatistas pasan a dejar sus flores, después de haber entregado el corazón aquellos días y noches de incertidumbre que nadie quiere recordar. Adultos mayores, niños, militares, el presidente, ministros… lo hacen también.
Cada vez hay más velas encendidas, dándole un halo brillante a las imágenes de las víctimas. Se multiplican los abrazos y los consuelos. A una muchacha le dejan muchos girasoles, y cuando ya cayó la tarde en la Fraternidad y la oscuridad amenaza con imponerse, continúa el silencio, pero ahora, acompañado de luz.
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