Hicieron todo lo posible y hasta lo imposible por aguarnos la fiesta. Mensajitos venenosos, memes ridículos, pronósticos dantescos. Pero no nos calculan. La Plaza de la Revolución, y las del país entero, desmintieron todas las campañas de la contrarrevolución.
Fue un Primero de mayo diferente. Las imágenes lo mostrarán para la historia. Nunca antes hubo otro desfile, y ojalá no haya más ninguno, a mitad de rostro, tras el nasobuco. Pero ese era solo un detalle de apariencia.
La gente echaba alegría por los ojos, rayos de felicidad por poder contar esa pandemia que nos ha hecho sufrir y perder familiares, amistades, personas valiosas, y que hemos metido poco a poco en cintura, con nuestros propios esfuerzos, como definió Fidel.
Quien miraba con atención los rostros en la multitud, veía también extrañas paradojas. Miles y miles de personas, no pocas con huellas de una vida difícil, de problemas y angustias cotidianas. Eran la misma gente que con frecuencia pasa trabajo para trabajar, que protesta en las paradas porque el transporte está muy malo, que no soporta las colas, que hace malabares para estirar el salario o la pensión desinflados por la inflación. Y ahí estaban.
No es masoquismo, ni alma de corderos, como dicen quienes cambian la dignidad por un plato de lentejas. La inteligencia popular es más grande que cualquier contingencia, consigue siempre discernir entre la verdad y el truco, aunque a la trampa la vistan de seda —o soga—, física y virtual.
Este pueblo entiende lo que está en juego. Son más de seis décadas de agresiones, de bloqueo, de heroísmo cotidiano, donde sabemos muy bien quiénes son los malos de la película, y por qué lo hacen. Hasta vimos y enfrentamos ya un pequeño avance de la violencia destructiva en que querrían sumirnos como sociedad.
Por eso Cuba vive y trabaja, para que haya independencia, paz, prosperidad. Y sí, o vamos con todo, o nunca más tendremos nada para ir a ninguna parte. La continuidad ya la vimos, en cada plaza, este Primero de Mayo.