Hay algo mágico en Ambrosio Fornet. Una fineza y caballerosidad que, sin estridencias, atraen y conmueven. No se vanagloria de fama ni ilustración, como desconociendo su aporte a la cultura cubana, esa que lega a las futuras generaciones en libros y compendios; en años de entrega y desvelo, de poner el trabajo por delante de sus intereses como escritor, ensayista, crítico.
“Me cuesta trabajo reconocerme en ese personaje que habla –o del que hablan– en la televisión o en la radio; no estoy acostumbrado a las candilejas, ni creo que ese sea el tipo de iluminación que cuadra a la gente de mi oficio. Eso corresponde a la Fornés –me refiero a Rosita—, no a los Fornet, que lo único que hacen es escribir.
“Es posible que si escribí alguna vez una línea es porque en mi casa estaban los libros que mi madre leía; a ella le debo mucho literariamente. Hice mi camino caminando. Nunca pensé en términos de todo o nada, de ganar o perder, lo único que me importó fue seguir ahí, en la lucha, bregando, como dicen los puertorriqueños. Y a estas alturas, lo que queda por delante es un pasito que, quieras o no, tienes que dar.
“A los 22 años renuncié a mi puesto de subcontador del Banco Núñez, de Bayamo. Ganaba 215 pesos, vivía con mi familia, no necesitaba nada. Mi primera decisión me condujo a Nueva York, estudié en su universidad… y ahí están la predestinación (palabra de connotación teológica) y el libre albedrío: ¿te vas o no te vas? Me fui también huyendo, había un elemento de cobardía; en el 55, ya no podía vivir en Bayamo, se me había hecho la vida durísima.
“Mi padre fue el único candidato a la alcaldía que tuvo la ciudad por el Partido Ortodoxo. Yo era secretario de la juventud ortodoxa, y después del Moncada se consideraba que todos nosotros íbamos a ser inevitablemente fidelistas. Me apresaron, registraron mi casa, mamá estaba desesperada”.
De Nueva York, Fornet salió para España y no regresó a Cuba en enero de 1959, porque debía terminar un curso en la Universidad Central de Madrid. “No pensaba volver al banco ni nada parecido, y las únicas vías eran la docencia o el periodismo. Cuando llegué, en julio de ese año, me encontré con otra Cuba; en La Habana podía vivir con las puertas abiertas como en mi natal Veguitas”.
Su biografía traduce una vocación innata por las letras. Hizo ensayos aún sin tener una sólida profesión y cataloga de generoso al jurado que premió su primer ensayo ¿se considera riguroso, exacto en el ejercicio de la palabra o dichoso?
“Entre los desafíos que plantea el oficio de escritor –sobre todo cuando se trata de ensayistas y críticos-—, hay uno insoslayable: cómo decir lo que se quiere decir sin rodeos, con el menor número de palabras posible. El que lo logra puede considerarse dichoso. Le confieso que algunas veces –no muchas-— me he sentido así”.
Con un guión tan exitoso como el de la película Retrato de Teresa, ¿por qué no avanzó más en ese mundo?
“Lo intenté con el mismo Pastor Vega, director de la película, y el resultado (Habanera, protagonizada también por Daisy Granados y Adolfo Llauradó, ahora secundados por Miguel Benavides) no tuvo el mismo éxito. En cierta forma, fue un fracaso, precisamente, porque defraudó las expectativas de un público que esperaba una especie de remake de Teresa. Aunque el pintor y sus modelos eran los mismos, el tema era otro, no de tanta actualidad en nuestro medio como el de la segunda jornada y la liberación de la mujer.
“En lo que a mí respecta, el guionista no es exactamente un cineasta, su tarea no es hacer cine sino cinelitura, y eso lo hice antes con Aquella larga noche, de Enrique Pineda Barnet, y después, con Mambí, de los hermanos Ríos”.
¿Qué lo motivó a optar por la Patria una vez que triunfó la Revolución? ¿Recibió ofertas para quedarse en el exterior?
“Cualquier cubano de mi edad podría afrontar esas alternativas a partir de su propia experiencia, pero lo que todas las respuestas tendrían en común sería ese factor imponderable que pudiéramos llamar `patriotismo`, un término desacreditado por los demagogos y que ya sólo se usa en las escuelas y en los festejos del 10 de Octubre. Pero subyace en nuestra manera de pensar el país y de pensarnos a nosotros mismos como ciudadanos.
“No tenía otra opción. Mis padres, viejos ortodoxos, eran fidelistas de hueso colorado, aunque a mi madre le inquietaba una duda: ¿podía ser verdaderamente revolucionaria una persona como ella, que creía y no podía dejar de creer en Dios? Era la época del sarampión y el marxismo escolástico, cuando ser ateo –o simular que se era—bastaba para parecer ideológica y políticamente confiable. A principios de 1960, mi esposa trabajó como maestra en la zona de Bueycito, en las estribaciones de la Sierra Maestra. Pregúntele por dónde expulsaban las lombrices los niños que tenía en el aula, y a cuántos tuvo que llevar por su cuenta al hospital de Bayamo. A nosotros no pueden hacernos cuentos sobre las luces de Tropicana y el Havana Yatch Club.
“En lo que toca a las ofertas, tengo la profunda satisfacción de no haber recibido nunca ninguna. He estado en universidades e instituciones afines de una decena de países de Europa y América Latina, enseñé durante todo un semestre en una universidad de los Estados Unidos –donde residí con mi esposa, a finales de los años 90—y nunca encontré a nadie que dudara sobre la reacción que yo habría tenido en caso de recibir semejante `oferta`”.
¿Cómo llegó al oficio de editor de libro?
“En algún momento de 1961 mi amigo Edmundo Desnoes me preguntó si me gustaría trabajar en la Editorial del Ministerio de Educación a las órdenes de su suegro, el pedagogo hispano-cubano Herminio Almendros. Una de las cosas más sensatas que he hecho en mi vida fue decirle que sí”.
Dicen que quien hace muchas cosas a la vez no hace ninguna bien. Usted echa por tierra esa creencia y se erige en paradigma de cuantos oficios ejerce “sucesiva o simultáneamente”. ¿Cuál es el secreto?
“Durante toda mi vida laboral no he hecho otra cosa que lidiar con las palabras y los libros. Cuando terminé el bachillerato, fui maestro de una escuelita privada –ganaba 40 pesos al mes—y después, durante seis años como bancario, mi trabajo consistió, en gran medida, en escribir cartas e informes a la oficina central por cuenta del administrador de la sucursal. El único consejo que podría ofrecer a los jóvenes se relaciona con ejercicios de voluntad, con virtudes adquiridas en la práctica: disciplina de trabajo, capacidad de concentración. Lo demás depende de las musas o de la suerte”.
¿Desechó la narrativa o lo raptó ese oficio difícil y profundo de analizar con palabras, “de criticar” las obras de los demás?
“El primer libro que publiqué era una colección de cuentos. Apareció en Barcelona a fines de 1958. Al regresar a Cuba, me encontré con que casi todos mis nuevos amigos escribían cuentos y novelas, y al percatarse de que yo era un lector voraz y con sentido crítico, empezaron a darme sus textos y yo, a blandir el lápiz rojo como un sable. Así pasé de narrador a crítico, y todavía me pregunto si fue una democión o una promoción. De todos modos, donde hubo fuego siempre hay cenizas, así que seguí escribiendo cuentos, muy distintos a los anteriores, y hasta un proyecto de novela, que fueron apareciendo aquí y allá, y que ahora se recogen en un cuaderno que publicará Ediciones Bayamo bajo el título Yo no vi ná y otras indagaciones”.
Los cubanos somos deudores de su obra por cuanto ha rescatado o salvado de la literatura y la historia, ¿existen profesionales que puedan prolongar esa obra?
“Están en las universidades, centros de investigación, editoriales, en las bibliotecas, o leyendo y fichando libros en muchos lugares de la Isla. Revise los libros de crítica y ensayo publicados en los últimos diez años y juzgue. Cuando publiqué mi primer cuaderno de crítica, en 1964, no podía imaginar que llegaríamos a tener un movimiento como éste. Lo que pasa es que permanece semi oculto, porque no se proyecta con suficiente fuerza en los medios”.
De todos los oficios ¿a cuál le debe más?
“Me coloca usted en una encrucijada, así que prefiero irme por la tangente haciéndole un cuento para hombres. Los árabes afirman que, para cumplir al máximo nuestro deber para con la sociedad, uno debe tener un hijo, sembrar un árbol y escribir un libro. En nuestro mundo se afirma que, para ser feliz, necesitas tener un trabajo que te guste, una mujer que te quiera y un hobby. He tenido la suerte de hacer o tener todas esas cosas, no puedo quejarme. Todos mis oficios son complementarios, ninguno es excluyente.
“Quisiera tener tiempo para volver a leer los libros que más me gustaron en mi juventud; ese deseo coexiste con su entrevista, el trabajo para mañana, el de la Feria del Libro, que ahora — está dedicada a su obra y a la de Zoila Lapique— me dio la oportunidad de editar algunas obras nuevas.
“Soy feliz, tengo amigos, no recuerdo tener enemigos, aunque si tuviera alguno me gustaría que me lo dijera. No soy un hombre importante; importantes son Máximo Gómez y Fidel Castro, Carlos J. Finlay y Alicia Alonso”.
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Nota: Las imágenes no son las que originalmente acompañaban el texto.