El Barça llegó al Bernabéu a legitimar su resurrección. Un grupo de zombies vestidos de amarillo y rojo regresaron al recinto sagrado de La Castellana para ajustar cuentas pendientes.
Un nuevo hechicero ha resucitado a su ejército, los ha vuelto esclavos de una filosofía que habían olvidado, de un hambre que se había convertido en rutina nefasta: la rutina del fracaso.
El descarte Aubameyang, los acabados Busquets, Piqué y Alba; y los muertos Dembélé, Frenkie De Jong y Ferrán Torres, sometidos a las creencias de quien los devolvió a la vida, salieron a la grama buscando sangre.
Fútbol Total solían llamarlo: todos juntos, trabajando para encontrar los espacios y desangrar las defensas del rival más complejo del campeonato.
Y el olor a sangre emanaba con mayor intensidad. Y con cada ataque las fuerzas opuestas mermaban segundo a segundo.
No lo entendieron jamás. Cayeron en la trampa. Corrieron detrás de la pelota, abrieron huecos y se encomendaron a Courtois, que solo pudo prolongar la agonía antes de permitir el primer zarpazo.
Aubameyang perturbó la intimidad en la casa blanca. Llegaban como una plaga, por las bandas, por el centro, con muchos toques, con balonazos, por debajo, por arriba… Y así silenció Araujo decenas de miles de almas que clamaban por detener esa invasión a sus dominios.
Bastaron 50 minutos. Las víctimas no pudieron resistir mucho más. Estaban sin su mejor cazador, un gato montés procedente de Lyon.
En seis minutos ya habían derrumbado la resistencia en par de ocasiones. Sí, todo entre el criticado Ferrán y el descarte Aubameyang. Como si alguna especie de energía los hubiera poseído, endemoniados, con el arco entre ceja y ceja.
Courtois demostró que es un mortal y vio en primerísima fila la caída de su reino. Auba pidió el deseo de ganar a la esfera del dragón, deseo casi cumplido con la fortaleza practicamente tomada.
Todavía quedaban algunos rebeldes empeñados en cortar la cabeza de los zombies. Un tal Modric no paraba de luchar, pero terminaba por caer en los rondos de Pedri y compañía.
De esa forma, los minutos iban agotándose, con el ejército invasor tan ebrio de superioridad que fue incapaz de provocar un daño más humillante aún.
Miles de días después, los marginados decidieron seguir el legado. La ilusión es gratis y hay por ahí un escuadrón de caminantes, empapados de sangre blanca, que todavía se permiten soñar.