Las mujeres, somos muchos más que las perpetuadoras de la especie, no somos chef por designio divino, lo aprendimos de abuelas y madres, porque fuimos criadas con una acentuada marca sexista, sobre nuestro “encargo”.
Esa es la peor marginación, la que asimilamos de nuestros mayores, amparados en la combinación de genes que conformó el cuerpo. No es lo mismo tener igualdad de derechos, que social; de los primeros muchos tenemos garantizados las cubanas.
Devengamos igual salario que los hombres, decidimos si queremos o no ser madres y contamos con servicios médicos de excelencia tanto en una consulta de fertilidad como en un aborto; acceso a educación, cargos de dirección, en fin…
Sin embargo, en las familias, seguimos formando en patrones sexistas, recae sobre las mujeres la mayor carga de labores domésticas y cuidados de los hijos; son más las progenitoras en las consultas de un cuerpo de guardia pediátrico o en reuniones de “padres” en las escuelas.
Los papis, están más para presumir de la hermosura de sus “princesas”, “protegerlas”, “proveerlas” y asegurarse de que nadie las toque ni con el “pétalo de una rosa”, como si la vida no fuera un barranco pedregoso, en el que caída y rasguño llega como enseñanza.
Y pueden parecer ejemplos traídos por los pelos, pero lo cierto es que nos circunda mucho de lo antes descrito, detrás de cada varón, de proverbial incapacidad culinaria y disfuncionalidad para asumir roles domésticos hay un machista, en mayor o menor grado, pero ahí está.
Podemos presumir de un montón de derechos, los tenemos, al menos jurídicamente, cómo los hacemos valer, depende mucho de las posturas individuales y también de un cambio de conciencia social, que presupone la ruptura con patrones culturales heredados, es mucho más fácil crear una ley que formar en los individuos la percepción exacta de lo que significa.
Que en este caso lleva implícito asumir que la palabra mujer, fémina, hembra, es solo una marca de sexo y no una condicionante, que somos seres de una misma especie con las mismas diferencias que cualquier otra en la naturaleza.
No basta con que existan documentos donde se refrenden la igualdad de posibilidades, es preciso que esa equivalencia reine en todos los espacios, que no haya “jefes” a los que les pongan los pelos de punta las embarazadas o con hijos pequeños “por todos los problemas que siempre tienen”, que dejemos de arreglarnos “para vernos bien”, porque lo más importante es sentirnos a gusto con lo que somos.
Las “conquistas” de las que presumimos, no son tales, si seguimos siendo las empleadas domésticas de la familia; si con nuestra ausencia reina el caos, por la incapacidad de quienes rodean; si nos preocupa más hacer lo que debemos, antes de jerarquizar, lo que queremos, en fin, si seguimos apegadas a una vocación de servicio en función de otros.
No pretenden estas líneas satanizar a los hombres, entre ellos al igual que en el bando femenino, los hay buenos y malos, procuran incitar a la reflexión sobre cuánto nos falta por avanzar para la verdadera equidad de género y que, al decir, hembra o varón, no articulemos un sistema de patrones pre configurados, no dejemos que la igualdad sea solo palabra impresa, hagámosla realidad palpable.
Acerca del autor
Licenciada en Periodismo (1995 Universidad de Oriente). Trabajó como periodista en Tele Cristal (Holguín) hasta marzo del 2003, directora y guionista de televisión.
Periodista del semanario Guerrillero (Pinar del Río) desde mayo del 2003 hasta la actualidad, corresponsal del semanario Trabajadores en esa provincia desde septiembre del 2020.
Creadora audiovisual y cinematográfica independiente.
Homenaje a la Mujer; uno de los dos géneros. que pueden acercarse, igualarse, «hemafloritarse» a través de la autoestima, la igualdad y el respeto a las perfecciones e imperfecciones biológicas de cada cual.
Nos resta afirmar que sí, las mujeres son mucho más que que ese, su don selectivo; ellas cuentan con esa fortaleza adicional que se expresa en la capacidad de de combinar para generar y perpetuar la especie humana, algo que el hombre por mucho que lo intente no podría igualar jamás en su naturaleza, por mucho, poder que haya concentrado en su masculinidad, incluso no de macho sino también de quienes muestren condenas insostenibled en el tiempo de aberraciónes «machista».
El poder de crear vida es una razón única e irrepetible que nos obliga a todos a dignificar y facilitar con espontaneidad la tarea natural matrialcal; que nos impula a intentar igualar a la mujer en el cuidado de la vida, en su contenido económico supremo y, compartir la tarea del cultivo doméstico el cual fue en un momento más valorado por ser constante, seguro y transformador que la caza y la pesca.
Fue la economía doméstica la que amamantó y fomento la especie, fue su ingeniería la que domésticó la fuerza animal y material, la que estableció un territorio de convivencia, la que puso las primeras normas, unificó la vida, y conservó su bien común. Tras divisiones espontáneas de las labores, fueron los dominios de otras ingenierías para el progreso generacional los que también erocionaron la vida en común. Las nuevas ingenierias fueron ocupando espacios y con sus espontaneidades de vida social impusieron las dependencias de otros usufructos. «Convirtieron al mal el derecho a utilizar o sacar provecho de bienes naturales ajenos como si fueran propios para el disfrute cuando y en el modo que la ley de servicio lo señalara. Convertimos en ley hasta lo más mezquino de algunas transformaciones de nuestros origenes: la riqueza para el lucro, por la apropiación individualizada de lo que el amor y el apego preservó a la fuerza de lo común, para defenderse y poder subsistir en entornos tan hostiles y salvajes; o para el desarrollo civilizado. Sin embargo el desarrollo de algunas de estas habilidades adquiridas a partir de tales condiciones adversas fueron alejando la especie humana del entorno objetivo, las hicieron ser cada vez más un «sujeto subjetivo». Habiludades que cambiaron algunos de su espíritu, tal vez los más afectivos y; disminuyeron sus fin originarios y su dependencia colectiva para preservarse, hicieron de los cazadores sujetos de sentimientos y aportes, de seres más escurridizos como el de las fieras solitarias que solían capturar; convirtieron a los cazadores en auténticos salvajes depredadores de todo género. Los transformaron en algo capaz de valerse de una moneda de cambio, llamese ganado de crianza, o fragmento de metal para desear cambiarlo casi todo, incluso aquello que tal vez no debía ser cambiado.
Tal vez la nueva subjetividad no supo integrar lo individual, lo casuistico a la vida y felicidad común; no supo emanciparse, liberarse de las servidumbres, de las dependencias, de la patria potestades, de la esclavitud u otro tipo de yugo, opresión y fuerza.
No supo someterse a la emancipación económica, social, cultural fundamentalmente por no crear primero o al unísono el entorno seguro facilitador; aquel que pueda valerse de la ingeniería y la ciencia para liberar a las familias y en particular a las mujeres de la mayor carga de labores domésticas y cuidados de los hijos.
Por razones políticas (imperiales), nuestro estado socialista no ha podido sostener todas las fabulosas ideas de instituciones que fueron creadas, cada vez más capaces, más efecientes e inteligentes para que asuman a plenitud la tarea de cuidar y enseñar generaciones a partir del aporte común de padres y madres productores libres, sean estos de uno o de otro sexo; de una o de otra profesión.
Busquemos también, razones afectivas institucionalizadas que dominen los nuevos entornos… quién sabe si con ello pudieramos transformar definitivamente la mentalidad del cazador, devenido en mercader salvaje.
¡Viva la felicidad de la mujer cubana y plenitud del ser humano!
Gracias,
Homenaje a la Mujer; a uno de los dos géneros. que puedemos acercarnos, igualar, «hemafloritar» a través de la autoestima, la igualdad y el respeto a las perfección biológicas de cada cual.
Nos resta afirmar que sí, las mujeres son mucho más que que ese, su don selectivo; ellas cuentan con esa fortaleza adicional que se expresa en la capacidad de de combinar para generar y perpetuar la especie humana, algo que el hombre por mucho que lo intente no podría igualar jamás en su naturaleza, por mucho, poder que haya concentrado en su masculinidad, incluso no de macho sino también de quienes muestren condenas insostenibled en el tiempo de aberraciónes «machista».
El poder de crear vida es una razón única e irrepetible que nos obliga a todos a dignificar y facilitar con espontaneidad la tarea natural matrialcal; que nos impula a intentar igualar a la mujer en el cuidado de la vida, en su contenido económico supremo y, compartir la tarea del cultivo doméstico el cual fue en un momento más valorado por ser constante, seguro y transformador que la caza y la pesca.
Fue la economía doméstica la que amamantó y fomento la especie, fue su ingeniería la que domésticó la fuerza animal y material, la que estableció un territorio de convivencia, la que puso las primeras normas, unificó la vida, y conservó su bien común. Tras divisiones espontáneas de las labores, fueron los dominios de otras ingenierías para el progreso generacional los que también erocionaron la vida en común. Las nuevas ingenierias fueron ocupando espacios y con sus espontaneidades de vida social impusieron las dependencias de otros usufructos. «Convirtieron al mal el derecho a utilizar o sacar provecho de bienes naturales ajenos como si fueran propios para el disfrute cuando y en el modo que la ley de servicio lo señalara. Convertimos en ley hasta lo más mezquino de algunas transformaciones de nuestros origenes: la riqueza para el lucro, por la apropiación individualizada de lo que el amor y el apego preservó a la fuerza de lo común, para defenderse y poder subsistir en entornos tan hostiles y salvajes; o para el desarrollo civilizado. Sin embargo el desarrollo de algunas de estas habilidades adquiridas a partir de tales condiciones adversas fueron alejando la especie humana del entorno objetivo, las hicieron ser cada vez más un «sujeto subjetivo». Habiludades que cambiaron algunos de su espíritu, tal vez los más afectivos y; disminuyeron sus fin originarios y su dependencia colectiva para preservarse, hicieron de los cazadores sujetos de sentimientos y aportes, de seres más escurridizos como el de las fieras solitarias que solían capturar; convirtieron a los cazadores en auténticos salvajes depredadores de todo género. Los transformaron en algo capaz de valerse de una moneda de cambio, llamese ganado de crianza, o fragmento de metal para desear cambiarlo casi todo, incluso aquello que tal vez no debía ser cambiado.
Tal vez la nueva subjetividad no supo integrar lo individual, lo casuistico a la vida y felicidad común; no supo emanciparse, liberarse de las servidumbres, de las dependencias, de la patria potestades, de la esclavitud u otro tipo de yugo, opresión y fuerza.
No supo someterse a la emancipación económica, social, cultural fundamentalmente por no crear primero o al unísono el entorno seguro facilitador; aquel que pueda valerse de la ingeniería y la ciencia para liberar a las familias y en particular a las mujeres de la mayor carga de labores domésticas y cuidados de los hijos.
Por razones políticas (imperiales), nuestro estado socialista no ha podido sostener todas las fabulosas ideas de instituciones que fueron creadas, cada vez más capaces, más efecientes e inteligentes para que asuman a plenitud la tarea de cuidar y enseñar generaciones a partir del aporte común de padres y madres productores libres, sean estos de uno o de otro sexo; de una o de otra profesión.
Busquemos también, razones afectivas institucionalizadas que dominen los nuevos entornos… quién sabe si con ello pudieramos transformar definitivamente la mentalidad del cazador, devenido en mercader salvaje.
¡Viva la felicidad de la mujer cubana y plenitud del ser humano!
Gracias,