Cuando salió de lo recóndito de Condado, allá en el Escambray espirituano, Maximina Castellanos Soto tenía una certeza: mantenerse pegada a la tierra. Así que, una vez instalada en Camagüey, fue medicina veterinaria la carrera que escogió. Mas no pensó que esos trillos también la guiarían a la profesión que, según ella, demandó su mayor esfuerzo: ser dirigente sindical.
Mientras trabajaba en una de las primeras UBPC fundadas El Purialito, en el municipio camagüeyano de Jimaguayú, sus colegas la eligieron como miembro del ejecutivo, pero, luego, por esa tenacidad de que todo salga bien, que la caracteriza, se convirtió en la secretaria general y más tarde en miembro no profesional de la organización en el municipio.
De esos días recuerda lo mucho que se trabajaba en pos de insertarse y mantenerse en el movimiento millonario; los fines de semana con su pequeño Eduardito en la finca de autoconsumo sembrando alimentos; los kilómetros que recorría para hacer sus funciones y los colegas que luego se convirtieron en familia.
“Ya en la cabecera municipal, añade, como miembro profesional del sindicato de trabajadores agropecuarios y forestales, en aquel entonces, se sucedieron tareas muchos más grandes y complejas.
“Atendía la esfera ideológica, pero fueron años de muchas sequías, de eventos meteorológicos que implicaban que constantemente hubiera movilizaciones. Pero me sirvió de base para desempeñar esa función, más tarde, en la CTC provincial como funcionaria.
“No obstante, no fue hasta que me designaron como secretaria provincial del sindicato que no me sentí plenamente realizada. Camagüey nunca había tenido una mujer al frente de los agropecuarios. Fue complicado, pero tenía dos cosas a mi favor: que soy guajira, y eso te da la posibilidad de llegar a los trabajadores, te abre puertas, y el acompañamiento que siempre tuve de las máximas autoridades políticas y del secretariado de la CTC provincial.
“Ser la guía de esos hombres y mujeres me demostró que la agricultura es más que animales y alimentos. Y guardo tantos momentos gratos, como las madrugadas en una vaquería porque se definía el millón de litros de leche o protegiendo arroz porque venía un temporal. O explicando muchas transformaciones que sufría la agricultura. Fueron siete años de escuela, de aprendizaje constante”.
La preparación, el conocimiento, siempre han sido para Maximina algo esencial, pues como dice “sin eso no hay protagonismo”. Por ello cuando le dieron, la primera vez, la tarea de ser funcionaria en el área ideológica a nivel provincial lo primero que hizo fue acercarse a la Asociación de Comunicadores Sociales para conocer esas herramientas necesarias para la interacción.
Estudió mucho y de todo. “Yo, agrega, era una guajirita sin conocimientos elementales de cultura o de ningún otro sector y tuve que aprender y desaprender muchas cosas en estos años. Pero todas esas experiencias me sirvieron para cuando me designaron miembro del secretariado provincial de la CTC, tarea con la cual termino mis funciones como dirigente obrera, pues hay que darle paso a la juventud”.
Quizás ahora, cuando finalmente descanse en el sillón de su casa, cuando ya no vuelva a ser la mujer dirigente sindical, se lamente de algunas cosas, sobre todo de la carita de su hijo clamando atención, mientras ella debía trabajar; o de cuando por una enfermedad perdió un riñón y eso la puso en riesgo mientras trabajaba en medio del avance de la Covid-19; o del poco tiempo que ha tenido para jugar con su nieta.
Tal vez sufrirá por ello, pero se sentirá bien gracias a las alegrías inmensas que obtuvo en cada momento de su vida laboral. Sus mayores tesoros serán, entonces, el haber sido la primera fémina al frente del sindicato de trabajadores agropecuarios, forestales y tabacaleros en Camagüey; el haberle dado todos sus conocimientos a la juventud y demostrado que la mujer puede todo; esas a las que llama marianas, guerreras y les insta a “seguir aportando a esta Revolución que tanto tenemos que agradecer guajiras como yo”.