El nuevo Código de las Familias tiene más facetas que un diamante y no todas están contenidas en él mismo, algunas se le agregan por desconocimiento, afán de contristar o por apego a viejas costumbres. Entre tantas, escojo una para este acercamiento a la problemática: la familia y la educación de sus hijos.
Hay un clásico, escrito por Federico Engels, el cual denota la relevancia que para un sistema social sustentado en principios marxistas –como el nuestro– le confirió este autor: El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado.
Y es que ningún gobierno, por miope que fuera, cifra su supervivencia en la destrucción de su célula fundamental, la familia. Sin embargo, no pocos –del otro lado o que piensan como ellos– propalan ahora que esta es la razón fundamental por la que se pretende “imponer” el nuevo código cubano: destruir la actual estructura de la familia.
Si la política de Cuba, respecto a este tema, fuera diametralmente opuesta, la atacarían igual. Nada que provenga de nosotros les conviene.
Hacen palanca en la tradición de centurias de instrucción a la española. “Quiere a tu hijo con la vara”, establece un principio bíblico desde hace más de 3 000 años, tiempo en que se han modificado muchas cosas. Sin embargo, abogan por la vara antes que por el amor aunque, en general, estén obligados a sostener, para no contradecir sus dogmas, que el suyo es un Dios de amor.
Hoy, desafortunadamente, es demasiado alto el número de niños nuestros que se crían con quienes no son sus progenitores biológicos. Personas que pueden quererlos mucho, igual a los demás, o no quererlos en absoluto. Esos menores, por falta de una previsión legal, están expuestos a servir de pararrayos a tales individuos, según su estado de ánimo.
La situación reseñada demanda cambios sustanciales. Habrá que preparar mejor a los padres o tutores para enfrentar la denominada etapa intermedia contradictoria de la adolescencia. Y hacerlo de acuerdo a la nueva Ley. Al mismo tiempo, enfatizarle a los jóvenes, en las escuelas, su necesaria colaboración, comprensión e importancia de la obediencia a sus rectores, sean padres o maestros. Pero todo eso y más se puede lograr, solo que debe ser asumido desde un punto de vista radicalmente nuevo.
En la Isla de la Juventud esta consulta está planificada para 598 reuniones de consulta, organizadas por circunscripciones. No están pensadas para discrepar o discutir sino para recoger información y procesarla; por eso no pocos electores han llevado por escrito sus propuestas o las han expresado directamente y luego verificar que se hayan plasmado tal cual lo expresaron, pues la orientación es recogerlas sin modificación alguna.
El proyecto del Código de las Familias que está en la palestra tiene ya 24 versiones. Con los aportes de ahora, una vez más, se rescribirá. Luego, sometido a votación popular se convertirá en ley.
¿Será perfecto? No lo espero, en la práctica –como toda ley– será luego instrumentado y enriquecido. No tenemos por qué pensarlo como algo definitivo, eterno, inamovible. Como el de 1975, hasta ahora en vigor, tendrá también su momento de renovación. Será la práctica de su ejercicio quien aconseje los nuevos derroteros.
Entre tanto, debemos asumirlo como viene, un instrumento legal para complementar nuestras vidas y hacer más llevable la de quienes conviven con nosotros. En otras palabras, conformando una sociedad mejor, más equilibrada y con la justicia repartida como la quería Martí: con todos y para el bien de todos. (Tomado de Victoria)
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