Hay muy malas costumbres que no son nuevas, pero a veces parece que se agudizaran con los tiempos que corren. Uno de esos hábitos malsanos es ese que en lenguaje figurado desde siempre le llamábamos “tocar de oído”.
En su sentido recto, ya sabemos que tocar de oído significa haber aprendido a ejecutar un instrumento musical de forma autodidacta, solo con escuchar o ver cómo otras personas lo hacen, y sin haber nunca asistido a ninguna escuela o conservatorio.
Pero en la sabiduría popular, también le aplicamos la frase a aquellos casos en los que una persona actúa u opina sin saber de qué va lo básico de cualquier asunto, con un desconocimiento total, y sin ningún remordimiento por ello. ¡Y cómo nos ocurre eso en nuestra vida cotidiana!
Parecería que esta es la época de oro de esos repentistas de la realidad, sobre todo si nos guiamos por lo que leemos y escuchamos en las redes sociales de Internet y otros espacios públicos de participación.
Con una facilidad que haría palidecer a cualquier improvisador, hay individuos que arman su tribuna al más mínimo chance, para disertar, contradecir y criticar lo que sea, aunque no tengan la más mínima idea sobre lo que hablan; y lo peor, ni parecieran tener interés alguno en averiguarlo.
Tocan de oído, sí. Por lo que alguien les dijo, o por lo que supieron a través de cualquier fuente poco fiable, y hasta por lo que imaginan que podría haber sido dicho o escrito. No importa si se trata de economía o de política, de leyes o de arte, de la vida del vecino o del prestigio de una figura pública. Lo importante es hablar, no quedarse callados, y a veces hasta escandalizar.
Por supuesto, esa distorsión poco o nada tiene que ver con el carácter participativo que debe tener una sociedad como la nuestra, donde desde hace más de 60 años nos pidieron, no que creyéramos, sino que leyéramos.
Tampoco guarda relación alguna con las llamadas libertades de expresión y de pensamiento, categorías que con demasiada frecuencia se manipulan, para diluir o atacar a quienes expresan o piensan lo que resulta verdaderamente incómodo en este mundo injusto. No.
Todas las libertades y atribuciones humanas tienen su mejor defensa y fundamento en su ejercicio pleno y responsable. Erigirnos en jueces sin cumplir con el deber elemental de informarnos, e incluso sin estudiar en determinados temas, denota superficialidad, y más que contribuir al desarrollo social, puede obstaculizarlo y retardarlo.
Enmendarles la plana a quienes tocan de oído a menudo suele ser complicado, desgastante y hasta podría parecer infructuoso, sobre todo en tiempos de superabundancia de tales ruidosos instrumentistas, personajes que tornan agotador cualquier esfuerzo reflexivo real, que busque aportar, no restar ni confundir.
Pero no queda de otra que hacérselos notar, y apoyarnos para ello en la ciencia y los hechos, la razón y los sentimientos, para desenmascararles y tratar de que comprendan, o por lo menos sientan vergüenza, por el daño que ocasionan al diálogo útil y fructífero, y se abstengan de entorpecer cualquier avance.
Tocar de oído es mala costumbre, sí. Y muy contraproducente. No cuando hablamos de aprender a usar algún instrumento musical, pero mucho si lo que tratamos es de construir consensos, forjar esperanzas, materializar sueños. Intentemos no hacerlo, nunca.
Lea anteriores Con Filo