No todos comulgan con el expresionismo de Antonia Eiriz (La Habana, 1929-Miami, 1995). Es, ciertamente, grotesco. Pudiera ser hasta agresivo. Algunas obras parecen pensadas para incomodar a los más plácidos espectadores.
Quien le pida al arte solo belleza convencional, armonía encantadora en las formas, discursos edulcorantes… nada tiene que buscar en la exposición antológica que el Museo Nacional de Bellas Artes le consagra a esta creadora esencial.
El propio título de la muestra es una declaración de principios: El desgarramiento de la sinceridad. Aquí está la verdad de una artista raigal. Una verdad que por momentos duele.
En 1963 decía Antonia: «la actitud del verdadero artista debe ser la sinceridad e insatisfacción, y ser honesto y valiente hacia los demás; la conformidad engendra la mediocridad y el oportunismo». En su itinerario creativo reafirmó esa convicción. Y en la selección de piezas es evidente una exploración consciente en conflictos íntimos del ser humano… y también los efectos del entorno, de la sociedad… las marcas de la historia.
La poética de Antonia Eiriz, en sus abstracciones (siempre relativas) y en sus figuraciones, es el testimonio de una actitud ante la vida y ante el arte mismo.
En 1994, poco antes de morir, la artista decía: «Esta es una pintura que expresa el momento en que vivo. Si un pintor puede expresar el momento en que vive, es genuino. Así que me absolví».
Ella, en realidad, no necesitaba absoluciones. El suyo es uno de los más contundentes discursos de las artes visuales cubanas. La muestra estará abierta todo este mes en la galería del tercer piso del edificio de Arte Cubano.