En Santiago de Cuba la música tiene raíces profundas, lleva consigo lo culto y lo popular, le pone ritmo y alegría a la cotidianidad, y de un tiempo acá se adereza con ciencia.
Los primeros enlaces entre una y otra se dieron desde la academia, en el ambiente de las aulas de la septuagenaria Universidad de Oriente, aunque más recientemente comenzó a hacerse presente allí donde producción y comercialización se juntan para que los públicos consuman eso que pone a bailar o escuchar a los de aquí y de allá.
El impulso para amalgamar música y ciencia lo marcó el interés de la máxima dirección del país de que investigación, innovación y desarrollo tecnológico se hicieran tangibles en el escenario empresarial, y se complementó con las inquietudes que había tenido en esos ámbitos Marcos Antonio Campins Robaina, director del Sello Siboney, de la Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales (Egrem).
Desde sus tiempos de profesor, luego directivo de Educación a diferentes niveles y más tarde vicepresidente de la Asamblea Municipal del Poder Popular de Santiago de Cuba, siempre se motivó por los análisis, las indagaciones, las hipótesis y las demostraciones hasta que encontró camino expedito en todo el ambiente de argumentación para que el terruño santiaguero fuera incluido en la Red de Ciudades Creativas por sus aportes a la música.
Para cuando fue declarada como tal por la Unesco ya Campins había publicado el libro Escenas y consumos culturales de la música. Miradas diversas, y unos días después alcanzaba el título de Doctor en Ciencias Sociológicas con un “estudio de las prácticas culturales asociadas a la música en una ciudad como Santiago de Cuba la cual reproduce, en sus espacios públicos e instituciones educacionales y culturales, una diversidad de formas de apropiación de géneros musicales, narrativas, movimientos y estilos”.
Más allá de lo teórico, y de estar propuesta como la mejor del año 2021 en ciencias sociológicas de la Universidad de Oriente, la tesis se adentra desde diferentes aristas en la “producción, creación, comercialización y consumo para situar a esta industria musical en mejores condiciones para el fomento de acciones”.
Es justo lo que demanda el país: conocer para transformar.
De tal modo, y con la ciencia como base, Campins Robaina, junto con otros que apoyaron y aportaron a estos estudios —artistas, creadores, productores y funcionarios— considera que ahora existen mejores bases para “situar esta industria musical en mejores condiciones para el fomento de acciones diversas teniendo en cuenta que es imposible diseñar e implementar una política adecuada en la industria musical cubana si no se conocen las demandas del público y sus relaciones con la escena musical”.
Aquello que es aquí presencia constante, aquello que está en el alma del santiaguero, en el día a día de sus calles: la música (trova, bolero, son, guaracha, coral…) alcanza otra dimensión con el interés de aquellos que contribuyen a su creación, producción y comercialización de ponerle ciencia en todo ese proceso para agigantarla aún más.
Acerca del autor
Periodista cubana. Máster en Ciencias de la Comunicación. Profesora Auxiliar de la Universidad de Oriente. Guionista de radio y televisión.