Hay servicios que por sus implicaciones sociales y ambientales resultan en extremo sensibles, pues las consecuencias de que su prestación presente problemas afectan a la ciudadanía en varios planos.
La limpieza de fosas sépticas es una de esas prestaciones que enredan la situación de cualquier familia o comunidad, cuando se presentan irregularidades o demoras en su realización. Y no es difícil percatarse que ese es un servicio que, literalmente y de modo figurado, muchas veces no huele nada bien.
Todavía es una realidad la existencia de zonas urbanas donde el alcantarillado no existe y se emplea ese método de las fosas sépticas para la colección de las aguas negras en los hogares y entidades.
La insuficiente disponibilidad de equipos mecanizados aptos para esa tarea es el principal contratiempo que existe para el servicio de la descarga de las fosas, y por tanto tales carros extractores se convierten en un elemento clave a controlar por los gobiernos locales que requieren de tales prestaciones.
En una situación de restricción severa de recursos como la que enfrentamos, la sensibilidad extrema, el control y organización correctos de las prioridades y el trabajo transparente bajo mecanismos de supervisión popular, pueden constituir paliativos para mejorar la gestión de la limpieza de las fosas.
Como se recordará, el Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos aprobó el año pasado un procedimiento para la clasificación de las fosas llamadas reiterativas, o sea, aquellas que requieren evacuación más de una vez por año, de modo que el cobro de su limpieza afecte menos a sus usuarios.
Sin embargo, ha habido preocupaciones en algunos territorios sobre la correcta aplicación de esas tarifas, un asunto al cual hay que darle seguimiento por las estructuras del Poder Popular en los municipios.
Aunque nadie quisiera tener una fosa en mal estado o con poca capacidad, no es posible desconocer tampoco que a veces se construye este tipo de facilidad sin que tenga los requerimientos técnicos establecidos, o para desaguar varias viviendas en una sola fosa, lo cual lejos de ser una solución se convierte a la larga en otro problema.
No es inusual además el empleo incorrecto de tales drenajes, para escurrir suciedades o restos de cría de animales o de otros desechos sólidos que después dificultan su correcto funcionamiento y proceso de limpieza.
Entonces, es preciso incrementar la disciplina en los prestadores de ese servicio y también entre sus beneficiarios. Solo así será posible atajar las desagradables consecuencias para la higiene comunal de una fosa desbordada, o en general el daño que un vertimiento de aguas albañales puede conllevar para el medio ambiente, y muy particularmente las molestias y los riesgos que ello representa para los habitantes de las casas y vecindarios que sufren por la demora en su limpieza o por la repetición cíclica del fenómeno.
Se trata, reiteramos, de una situación a la cual es preciso darle toda la prioridad que lleva, porque definitivamente, literal y de forma figurada, eso no huele bien.