Prosigue la 14 Bienal de La Habana con la programación de muestras de “culto”, como la que actualmente se exhibe en la galería Cernuda, del Centro Hispanoamericano de Cultura, con 13 obras de grandes formatos del maestro Agustín Bejarano Caballero (Camagüey, 1964), quien bajo el título de Los ritos del silencio. La austeridad del jolgorio, presenta tres etapas de su prolífico quehacer pictórico.
El artista compendia trabajos nunca antes expuestas en Cuba; otros que han sido icónicos dentro de la serie Los ritos del silencio (2003) y un tercer período creativo con cuadros en los que sobresalen novedosos tratamientos en los discursos e, incluso, en las técnicas que prevalecieron en aquel sonado conjunto que hace dos décadas atrajo la mirada de la crítica, así como de los galeristas, coleccionistas y especialistas en arte contemporáneo.
El prestigioso pintor, grabador, escultor y dibujante nuevamente concurre al más importante encuentro del arte en nuestro país, con la seguridad de que su proyecto moverá criterios e incentivará neuronas, tal lo está haciendo. Con su habitual pulcritud en la limpieza de los dibujos, en la perfección de los trazos y el empaste y transparencia de los colores —con una sorprendente gama que desplaza a las anteriores monocromías y economía de pigmentos—, amén de la elaboración de discursos fuertemente anclados en complicados juicios sobre el cosmos existencial del hombre y su filosofía de vida entre milenios, extiende la mirada escudriñadora hacia el pasado, para incentivar, con nuevos bríos creativos, una nueva producción que si bien echa anclas sobre determinados pretextos ideo-estéticos muy bien acentuados en Los ritos… ahora va mucho más lejos.
A esta nueva entrega, con cuadros generalmente hechos en el 2021, se suman valoraciones y puntos de vista imposibles de tener en cuenta por él a principios de la actual centuria. Situaciones que ya no solo tienen que ver con categóricas reflexiones sobre el equilibrio entre el ser y el no ser, el bien y el mal, lo conocido y lo desconocido…; sino asimismo con determinados procesos relativos al desarrollo personal del artífice, así como a transformaciones socio-culturales, políticas, religiosas e históricas de las que saca hondas conclusiones mediante un arte desprovisto de trivialidades, ausente de guiños festinados que intenten el fatuo encantamiento, para tratar de buscar la estética de la concreción humana. Con tal fin, Los ritos… del 2003 constituye un “acomodo” o una suerte de referente con el que, sin dudas, ciertamente esta nueva serie establece marcada interdependencia.
Desde sus tiempos de estudiante, este creador optó por la síntesis, a veces casi minimal, de sus narraciones iconográficas; estilo que ha defendido con éxito y reconocimiento internacional desde aquellos tiempos y que se hicieron evidentes en conjuntos como Tierra húmeda (1996), Marea baja (1997), El hombre inconcluso (1998), Anunciaciones (2000), Cabezas mágicas (2001), Imágenes en el tiempo (2002), y Meditaciones (2004); a lo que se han sumado las últimas creaciones reunidas en La cámara del eco (2018), Olympus (2020) y Diamantes en la noche (2019), esta última exhibida durante la anterior Bienal de La Habana.
Acérrimo estudioso de todos sus proyectos, Bejarano adjudica en estas obras un particular papel psicológico al concepto del “silencio”, implico en cada uno de los discursos, ahora no solo con la intención de exorcizarlo, sino más bien encumbrándolo como requisito indispensable para la contemplación, la fantasía, la plegaria y la creación, amén de devenir ineludible fuente de la que mana el lenguaje, e impregna nuestros espacios más privados y sagrados, propiciando además el recogimiento y la calma. El artista parte de la premisa de que la ausencia de sonidos engendra la solidez interior, el auto reconocimiento del alma y la conciencia individual en la que a través de la historia se han refugiado los más sobresalientes escritores, pintores, escultores, pensadores y religiosos.
Solo a través del “silencio”, puede entablarse una eficaz comunicación oral, que posibilite el entendimiento y el diálogo entre las personas. Vale apuntar que desde las génesis de la semiótica y la lingüística, el silencio forma parte del lenguaje humano, por tanto es un instrumento esencial para el mejor vínculo humano; y a través de este el hombre puede revelar su propia grandeza, repasar sus actos y valorarlos, así como reflexionar sobre el mundo que le rodea, al observar las cosas con atención y en silencio. Bien se ha dicho que el silencio es un elemento paralingüístico que se constituye en una herramienta importante para el proceso cognitivo y metacognitivo.
En tales circunstancias se mueve el recurrente personaje (hombrecillo) utilizado por este creador desde Los Ritos… primarios como hilo conductor, en tanto protagonista, de sus historias. Silenciosa y ligera, pero con sorprendente carga semántica que mueve disimiles simbologías, esta figura sin rostro —en ella se resumen todos los rostros— ni detalles sobresalientes en su vestimenta, trasciende al cuadro para llamar la atención del espectador sobre la realidad de este tiempo signado por la pérdida de valores, la inseguridad, las enfermedades, el miedo y la desidia.
Pero Los Ritos del Silencio: La Austeridad del Jolgorio en modo alguno es una serie pesimista. En esta el maestro da riendas sueltas al color y vuelve a representar figuras-símbolos, como la escalera, ese milenario artilugio que en esencia sirve para bajar y subir, permitiendo acceder a lugares que se encuentran en distintos niveles. Sin embargo, aquí aparece como distintivo de ascensión, de comunicación de dos o más espacios diferentes, que desde la lírica imaginativa pueden referirse a modos de pensar y de actuar, de vivir y de crear (en el concepto más extenso de la palabra), mimesis pictórica que conduce al entendimiento y la razón humanas.
Asimismo, en tanto nos introduce en paradisíacos pasajes existenciales, en estas composiciones —pensadas para todos los públicos— el espectador igualmente potencia, con energía contenida, la fe, la esperanza y la alegría (la vida, a pesar de todo, es una fiesta, un jolgorio), desde “la maldita circunstancia del agua por todas partes”, como expresó Virgilio Piñera, con angustia y pesar, en su célebre poema La isla en peso. En tal sentido, el concepto de “isla” trasciende en cada cuadro, mediante advertidas formulaciones compositivas que en última instancia constituyen provocativas y responsables recreaciones de la vida insular.
“La serie de Los Ritos del Silencio, desde su primera exposición en 2003, cerró fila con el hombre del tercer mundo y su problemática existencial, con ese hombre que nos toca a nosotros, a los humildes, al cubano como una parte o extensión de ese hombre que vive al sur del rio Bravo, el mismo que ha sido expoliado, marginado y vejado una y otra vez por el Gigante de las siete leguas. Problemáticas como la diáspora, la emigración, la marginación, etc., han sido el motor impulsor para haber generado y haber sostenido por largo tiempo, a ese hombre diminuto que aparece en lienzos grabados e instalaciones, en su descomunal soledad que lo recuerda a él mismo en su insularidad humana. Hilvanando una historia tras otra, series dentro de otra serie, me he convertido en un generador de utopías, uno más que sueña que un mundo mejor es posible”, expresa Bejarano en el catálogo de la exposición, que se mantendrá abierta el público hasta mediados de marzo venidero.
QUE OBRA ESPECTACULAR. FELICITACIONES MAESTRO