Cada quien en Cuba, y en otros lugares del mundo, tiene una manera de definir al gigante barbudo de la Sierra, al líder de la Revolución Cubana, el que nunca dejó de pensar en los pobres ni de luchar contra los yanquis; y Dorian Arnaldo Justiniani Fernández, un internacionalista Licenciado en Enfermería, lo recuerda como “quien más le sabe a los milagros”.
Nunca imaginó, el niño nacido en San Juan y Martínez, Pinar del Río, y vecino de Guanajay, en Artemisa, que Fidel Castro y su Misión Milagro, creada junto a Hugo Chávez el 8 de julio de 2004, lo llevarían por el mundo convirtiendo oscuridades en luz, como una realidad milagrosa vivida ya por seis millones de seres humanos en toda América.
Justiniani, quien dirigiera el hospital más grande que fuera de Cuba ha tenido esta Misión, en Yacuiba, Bolivia, reconoce los sobresaltos al entrar una llamada telefónica de Fidel.
“Nuestra misión no era solo operar de la vista a los más necesitados, esos que no tenían dinero para costear una operación, el Comandante llagaba más allá, siempre lo preguntaba todo».
“¿Cómo comíamos y en qué condiciones dormíamos? ¿Cómo nos transportábamos? ¿Cuánto costaba la alimentación? ¿A qué hora empezábamos y a cuál terminábamos? ¿Cómo era el confort para los pacientes?
“Al enfermo se les garantizaba hospedaje, con desayuno, merienda, almuerzo, merienda, cena y merienda antes de dormir».
Y todo eso Fidel lo revisaba por medio de llamadas telefónicas. Con lujo de detalles había que explicarle la situación del personal cubano, y cómo se atendía a los pacientes, cómo se trasladaban y cómo llegaban a operarse, cómo era la recuperación.
“Aunque radicábamos en Bolivia, atendíamos en la frontera. Operamos a unos 16 mil argentinos y 4 mil bolivianos. El Comandante siempre nos hacía otras muchas interrogantes, pues su intención era sumar más desposeídos a la cura».
“Cuando regreso a Cuba en 2008, nos convidó, un año después, a integrarnos a otra Misión Milagro, quizás más hermosa.
«Teníamos una deuda con nuestro pueblo, y fui al municipio Buey Arriba, en Granma, para llevar luz a los ojos de más de 1 000 cubanos de aquella montaña de la Sierra Maestra. Quimeras para unos, pero no para quien más le sabía a los milagros».