RETRATOS: Odisea en Cabo de Hornos

RETRATOS: Odisea en Cabo de Hornos

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El tiempo ha pasado, pero René Caballero Laugart no olvida la terrible pesadilla que su vida de marinero le deparó mientras atravesaban el Cabo de Hornos, zona del planeta, que según los expertos se considera como una de las más complicadas para la navegación.

 

Foto: Agustín Borrego

“Fue en mayo de 1986, estuvimos durante seis días, cara a cara con siete galernas (temporal súbito y violento con grandes olas y fuertes ráfagas de viento); salíamos de una y entrábamos en otra. Trabajaba como tercer maquinista en la motonave Océano Ártico, buque refrigerado de la entonces Flota Cubana de Pesca. Nosotros nos encontrábamos a 200 millas náuticas de Argentina y nos dieron la orden de llevar material de envase al barco pesquero Río Contramaestre, que estaba en el Océano Pacífico».

“Para llegar más rápido, debíamos atravesar el Cabo de Hornos. Todos los marineros lo respetan”, asegura. Afirman algunos que “los vientos huracanados y las fuertes corrientes producen allí olas de tal tamaño que cualquier nave, por recia que sea su construcción y arboladura, adquiere las proporciones de una cáscara de nuez en una tormenta”. Tan así es que el paso por ahí lo llaman “el Monte Everest, porque pocos se atreven a cruzarlo”.

El amor por el mar

Desde pequeño, René Caballero tenía decidido que sería marinero. La inspiración le llegó a través de tres tíos maternos y un cuñado, quienes ejercían esa profesión. Eso generó en el muchacho muchas ilusiones y el deseo de conquistar el mar.

“Mi papá, Pablo Caballero, ya fallecido, me dijo: ‘estudia lo que tú quieras, pero tienes que ser alguien’”, señala. En las palabras del padre, casi analfabeto, estaban los deseos de todos los hombres que vieron con el triunfo de la Revolución, la oportunidad de que sus hijos estudiaran.

Así que, a la hora de decidir, el joven santiaguero no lo pensó dos veces e ingresó en la Escuela Superior de Pesca, Andrés González Lines, en La Habana, donde se graduó como maquinista naval en 1978, año en que empezó a trabajar en la Flota Cubana de Pesca.  “Ahí estuve 20 años y posteriormente pasé a la Marina Mercante. Era un trabajo bonito, ¡conocí casi el mundo entero!, esa es una de las bondades de la marina, aunque es verdad también que tienes que estar alejado de los seres queridos”.

Precisa que para hacer todo esto, siempre contó con el apoyo de la familia, en especial de sus padres, Nelia y Pablo, quienes lo alentaron para que cumpliera con sus sueños y durante años velaron porque el nieto, también nombrado René, creciera con valores de los cuales hoy se siente orgulloso.

Valor a prueba

Los recuerdos están ya lejanos y aún, asegura René, se eriza cuando piensa en lo ocurrido en su travesía por el Cabo de Hornos. “No hubo cobardía, lo digo con entereza, pero sí nos preocupamos. En total éramos 62 tripulantes, entre oficiales y marineros. El barco media 163 metros de eslora, 22 metros de manga y 19 de puntal, era grande, pero en medio de la tormenta parecía un papelito».

“Las olas medían, sin ser exagerado, entre 12 y 15 metros. Nos hundíamos. Lo más peligroso no es cuando la nave sube y baja, sino, cuando se va de lado, porque la embarcación puede girar y ponerse boca abajo, a lo cual llamamos, vuelta de campana. En una ocasión, pensamos que era el fin. El buque dio un bandazo de 42 grados. Nos quedamos a oscuras porque el golpe disparó el breaker y se apagó la planta, la cual enseguida se repuso e inmediatamente volvimos a encender la máquina principal».

“Cuando ocurren situaciones como esa, nadie puede estar en la cubierta, se prohíbe; solo el capitán autoriza a alguien, en caso de máxima urgencia, y con todas las medidas de seguridad posibles adoptadas porque puede ponerse en riesgo la vida de la persona».

“Al séptimo día de aquella odisea volvimos a ver el sol y también a comer caliente porque nos habíamos alimentado con conserva en latas, galletas, jamón, jugos, refrescos, pan… Por suerte el barco tiene diseñado un grupo de víveres secos para esos casos.  Recuerdo que, durante esa contingencia, el cocinero aprovechó un momento de calma y puso dos bandejas con pollo en el horno; de pronto, volvieron las olas y los pedazos de carne quedaron incrustados en la pared. En realidad, las cocinas están preparadas para enfrentar esos fenómenos, pero no de esa magnitud».

“Así que usted imagina, cuando retornó la normalidad, con qué gusto nos sentamos a comer. Todos estábamos contentos, se nos veía en la cara”, rememora.

Otra historia

A sus 63 años de edad, el mar es un hermoso recuerdo. “Dejé la Marina Mercante en el 2011, contratarse era muy difícil. Durante mucho tiempo lo extrañé, dice un viejo proverbio que el mar llama a sus hombres y es verdad, en el subconsciente, el mar nos da voces”.

 

Foto: Agustín Borrego

Desde entonces, René Caballero trabaja en la Unidad Empresarial de Base Reinaldo Gutiérrez de la Empresa Laboratorios MedSol, en el municipio capitalino de Boyeros y en la actualidad se desempeña como tecnólogo A en procesos industriales.  Le costó trabajo adaptarse a estar en tierra, pero, poco a poco, se acostumbró. En el colectivo, tiene la suerte de estar cerca de su hijo, quien no siguió sus pasos en la Marina Mercante, pues prefirió estudiar Ingeniería Automática. “Aquí la dinámica es otra y la perspectiva también. Me siento bien”.

Y aunque el tiempo pasa, a veces sueña con las olas, unas veces encrespadas y otras onduladas. Están ahí porque durante mucho tiempo fueron parte de su existencia.

Acerca del autor

Graduada en Licenciatura en Periodismo en la Facultad de Filología, en la Universidad de La Habana en 1984. Edita la separata EconoMía y aborda además temas relacionados con la sociedad. Ha realizado Diplomados y Postgrados en el Instituto Internacional de Periodismo José Martí. En su blog Nieves.cu trata con regularidad asuntos vinculados a la familia y el medio ambiente.

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