La Bienal de La Habana está organizada por las instituciones de la cultura —que responden a una perfectamente definida política cultural—, pero siempre ha estado protagonizada por los artistas.
No es la plataforma de las instituciones, es la plataforma de los artistas. Y esto se explica, precisamente, por las propias lógicas de la política cultural: las instituciones no están para decirles a los creadores qué arte tienen que hacer, ni para pautar caminos estilísticos o conceptuales. Las instituciones están para acompañar esos caminos. Están para sostener, de alguna manera, esos empeños.
Ninguno de los muchos artistas que van a participar en la Bienal recibió la visita de un funcionario para decirle lo que tenía que pintar, esculpir, fotografiar… Obvio, el encuentro tiene una convocatoria, una base teórica y conceptual, y las propuestas de los artistas participantes dialogan, cuestionan, complejizan esos presupuestos. Pero ese es justo el rol del arte. O al menos uno de sus roles. El espíritu crítico le es consustancial.
Habrá Bienal de La Habana porque hay voluntad. Y porque hay creación, hay obra. Y no solo de artistas cubanos, sino también de importantes creadores de América, África, Europa y Asia.
A los que le vaticinan un fracaso les convendría revisar el catálogo de esta edición: reconocidas figuras del arte universal expondrán en La Habana.
Y habrá Bienal porque el encuentro se debe sumar a la paulatina normalización de la vida nacional, después de meses de un receso impuesto.
Vivimos una etapa muy compleja, eso no significa que haya que renunciar al arte y a sus espacios de socialización. Es más, en tiempos de crisis, el arte es más necesario.
Deberá ser una edición austera, eficaz en su modelo de financiamiento. Sin embargo, el público de la Bienal, que es uno de los más entusiastas públicos para las artes en Cuba, tendrá a su disposición una muestra amplia, diversa y sugerente.