Una lógica que casi nunca falla como método de aproximación a los problemas es esa máxima de que es preciso ir de lo general a lo particular.
Regla de oro para el razonamiento, también debería serlo quizás en la práctica social, aunque no siempre ocurra así lamentablemente en la vida cotidiana.
Una evidencia palpable de ese problema resultan, por ejemplo, los difíciles dramas humanos puntuales que no pocas veces recogen las secciones de correspondencia de nuestros periódicos, con pedidos de auxilio que resaltan por una acumulación de circunstancias adversas muy específicas.
En la mayoría de las ocasiones esas historias individuales sobre contratiempos y obstáculos resultan una dolorosa evidencia de cuánto trabajo les cuesta a veces a nuestras instituciones, y a quienes en su nombre actúan, seguir ese camino de lo general a lo particular.
Cuando en nuestro país se asume una prioridad para brindarle respuesta, es muy difícil que no lo consigamos. Los procesos masivos, las soluciones generales, son el fuerte de nuestra práctica social.
Si concebimos vacunas, son para todas las personas; si distribuimos lo poco o lo mucho que tenemos, se hace con criterios para maximizar su alcance, y favorecer a los grupos más vulnerables.
Aun con las imperfecciones o deficiencias puntuales que puedan surgir, es difícil que una propuesta para resolver un asunto generalizado no halle una salida mayoritariamente acertada en la realidad cubana.
El verdadero dolor de cabeza en nuestra práctica social son las excepciones, las individualidades, los casos aislados. Ahí es donde en demasiadas ocasiones se nos traba el paraguas, como decimos popularmente.
Detectar, diagnosticar, movilizar recursos y voluntades para atender la singularidad requiere de una sensibilidad especial y, sobre todo, de mucha mayor organización y responsabilidad cívica de quienes toman decisiones.
La capacidad para comprender a una persona o una familia en aprietos, por una situación excepcional que requiere una atención diferenciada, y mover cielo y tierra para ayudarles, es la prueba de fuego en que con frecuencia naufragan mecanismos concebidos para lo general, sin la flexibilidad ni las vías prácticas a veces para poder abarcar lo particular.
Esta debería ser entonces una preocupación diaria de cada organización o nivel administrativo de toma de decisiones, incluyendo a quienes ejercen su dirección o liderazgo. Cómo reaccionar no solo ante el gran problema de la mayoría, sino ante la angustia minimalista o frente al detalle adverso que pone en peligro o perjudica a un solo ser humano.
Es aplicar, en fin, para la vida diaria, la misma lógica con que discurre nuestro pensamiento, de lo general a lo particular, para poder satisfacer con soluciones ágiles y efectivas, esa excepción de la regla que abunda mucho más de lo que parece.