Las respuestas que ahora vemos a múltiples problemas que llevaban años sin solución en no pocos de nuestros barrios, a partir de la voluntad política de promover la participación ciudadana con el apoyo directo de los organismos estatales y las organizaciones de masas, hacen pensar a muchas personas, no sin razón, en por qué no se hizo antes.
Y no se trata ahora de pasarle la cuenta a nadie, como decimos popularmente, sino tal vez, de aprovechar también esa reacción lógica de inconformidad en función de hacer más y mejor todo lo que sea posible.
Porque lo cierto es que en Cuba hemos sido educados, como resultado de nuestro proceso revolucionario y socialista, para reconocer y rechazar lo que está mal hecho, y exigir por ello.
La mayoría de las personas lo hacemos a diario, en todos los planos de la vida cotidiana, tanto en los problemas económicos, como en los sociales que sabemos que tenemos.
Esto no debe provocar, sin embargo, que nos dejemos ganar por el desaliento o la desidia, ni por resquemores gratuitos. La impaciencia no es precisamente negativa, si la sabemos combinar con una dosis exacta de realismo, sobre lo que es posible o no resolver en cada momento, de acuerdo con las condiciones y los recursos disponibles.
Aunque también es verdad que a veces hay individuos que nos llaman a ser pacientes, no con esa perspectiva de saber trabajar de manera organizada y progresiva en función de un avance real y concreto, sino para que nos conformemos con el estado calamitoso en que se encuentra determinado lugar o servicio.
Y ese tipo de paciencia no es la que necesitamos, definitivamente. Cualquiera puede entender la magnitud de las necesidades económicas que atraviesa nuestro país, con un bloqueo arreciado y una pandemia global, pero eso no debe llevarnos a dejar de plantear que las cosas sean mejores, que la belleza sea la regla y no la excepción, que el cuidado y la limpieza del entorno urbanístico predominen sobre la suciedad, el descuido y la destrucción.
Podemos y debemos ser pacientes en la medida en que nosotros mismos trabajemos duro o que seamos testigos de que así se hace, para ir dando solución a muchas de las dificultades que aún existen. O sea, la paciencia no es un cheque en blanco, para que las instituciones o personas responsables de resolver un desaguisado, puedan enmascarar la irresponsabilidad o la falta de respeto. Tampoco es que dejemos de comprender y percibir las magnitudes y las prioridades con que se tiene que trazar cualquier estrategia realista de recuperación, en un contexto de tantas urgencias paralelas, o que nos vayamos a dejar dominar por la amargura, la desesperanza y la falta excesiva de confianza.
Siempre que haya madurez en los análisis, espacio para la inteligencia colectiva, diálogo con la ciudadanía, participación verdadera, trabajo y disciplina, podemos permitirnos ser pacientes, pero nunca, jamás, debemos ser conformistas.
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