Desde los orígenes de la humanidad todo lo valioso que nuestra especie ha conseguido lo ha tenido que luchar y defender, para poder conservarlo. Los procesos sociales no son la excepción. Por eso cada paso de los seres humanos en pos del progreso y la justicia necesita crear al unísono sus propios mecanismos de protección.
La Revolución cubana como ruptura de un sistema político anterior abusivo y dependiente, es quizás una de las conquistas populares contemporáneas vigentes que ha tenido que defenderse por mayor tiempo y contra las fuerzas más poderosas, en nuestro hemisferio y tal vez en todo el planeta.
Una de las organizaciones más originales que emanaron de esa lucha, y cuyo nombre en sí mismo no deja lugar a dudas, son los Comités de Defensa de la Revolución.
Lo que sucede es que el modo y los contenidos de lo que entendemos por defender a la Revolución, como sucede con cualquier proceso histórico, también evolucionan y deben transformarse con el tiempo.
Defender la Revolución hoy sigue siendo tan necesario y urgente como cuando surgieron los CDR, pero para que esa defensa sea efectiva tiene que partir del estudio, comprensión y adecuación a las nuevas condiciones en que se desenvuelve el mundo y Cuba en particular.
Para que un proceso revolucionario se sostenga en el tiempo hay que validarlo cada día con la participación y el diálogo directo y verdadero entre esas masas que sostienen, alimentan y a su vez se nutren de ese ideal transformador, y su dirigencia, surgida y acatada por ese mismo pueblo, porque le reconoce la capacidad de crear un consenso social y lograr el avance progresivo y convincente de sus metas colectivas y también individuales.
Por tanto la misión de los CDR, y de toda la sociedad cubana que se identifica con la necesidad de no retroceder en sus proyectos justicieros, es ahora mucho más compleja y rica, y requiere renovadas tácticas y estrategias.
A estas alturas de nuestro desarrollo como nación, defender la Revolución no es solo conservar lo que tenemos, sino cultivar ideales sin imponerlos, es crear nuevos sueños e ir delante del pensamiento progresista de la humanidad en todos los sentidos, en la modesta medida de nuestras posibilidades como país pequeño y pobre en recursos, pero inmenso en aspiraciones e inteligencia.
No es poco lo que hay que proponer y hacer, discutir y opinar, probar y ajustar, para conseguir tales propósitos; que luego es preciso implementar de la manera más democrática y horizontal posible, para que resulten eficaces, compartidos por la mayoría y sostenibles en el tiempo.
Ahora mismo esto se puede hacer tangible en esa organización emblemática que son los CDR, justo cuando existe la voluntad política y la acción concertada para transformar nuestros barrios, con la participación activa de sus habitantes, y el apoyo de las instituciones del Estado y las organizaciones de base en la comunidad.
Para los CDR lo acontecido durante estos últimos dos años de enfrentamiento a la Covid-19, entre tantas dificultades económicas, limitaciones sociales y proezas de resistencia y solidaridad, resulta, sí, una prueba de fuego, pero también una tremenda oportunidad.
De las grandes crisis suelen nacer también las grandes soluciones, y una organización que tiene su raíz en la fuerza popular que reside en los barrios, tiene hoy más que nunca la posibilidad de liderar esos cambios que buscamos.
Toca a nuestros CDR reinventarse y estar, como parece que ya empieza a ocurrir, en todas partes. Su liderazgo exhibe así nuevos métodos y contenidos, los cuales deben reafirmar, para las distintas generaciones de cubanas y cubanos, ese concepto que quizás ahora transcurra por otros caminos, pero que siempre estará vigente en el nombre de nuestros Comités: la Defensa de la Revolución.