Cintio Vitier fue paradigma del intelectual martiano. En su itinerario vital y creativo hizo suyos conceptos esenciales del Héroe Nacional. Dos patrias decía tener José Martí: Cuba y la noche, entendidas en su más rica dimensión simbólica. Cuba, el espacio concreto y el proyecto de nación que acoge; la noche, alegoría hermosa de la poesía. Ese planteamiento, de singular vuelo, constituye una declaración de principios. El intelectual, en la concepción martiana, tiene dos compromisos: con su obra y con el pueblo del que es parte. Eso lo fue asumiendo Cintio en décadas de indagaciones y aprendizajes. Se consideró hasta el final discípulo de Martí. Fue en definitiva un maestro.
Sus aportes al conocimiento y la comprensión del legado del Apóstol de la independencia de Cuba fueron extraordinarios. Consagró buena parte de sus energías a la investigación y al análisis del pensamiento de José Martí. Estaba convencido de que en sus textos —artículos, ensayos, cartas, discursos— estaban muchas de las respuestas a los desafíos de la contemporaneidad. Leerlos tenía que ser un ejercicio creativo.
Como Martí, pensaba que la ética debía ser el pilar de cualquier empeño social, político y cultural. Su labor en el Centro de Estudios Martianos constituye referencia inestimable para promociones completas de investigadores sociales. Y sus ensayos sobre diversas aristas de la vida y la obra de José Martí ofrecen guías y asideros para actuales y futuras aproximaciones a un patrimonio rico y polisémico.
La poesía fue otro de sus caminos. Primero como ejercicio íntimo, después —o quizás al mismo tiempo— como campo de estudio y objeto de reflexión.
Era un excelente poeta. Al igual que algunos de sus contemporáneos —particularmente los del grupo Orígenes, del que fue destacado integrante— se inclinó por una introspección lúcida, de hondísimo calado metafórico. Poco a poco, en un proceso natural de diálogos y ascendencias, su obra fue ganando en compromiso social.
Con lucidez y sensibilidad dejó en texto ensayístico claves para entender y asumir la riqueza extraordinaria de la producción lírica de su país: Lo cubano en la poesía. La suya fue una vocación integradora, lo que no significa que ignorara jerarquías.
Hombre cultísimo, valoró siempre la utilidad del conocimiento. No se regodeó en la estéril acumulación, no se conformó con la erudición infecunda. Su máxima, muy apegada también a una visión raigalmente cristiana, era entregar.
Amó a Cuba sin dobleces, con una pasión que no encontró puntos muertos. En años de dolorosos desencuentros, cuando importantes personalidades de las artes y las letras fueron relegadas por errores y extremismos de entes decisores, siguió aportando a su cultura, junto a su inseparable Fina García Marruz —puntal de nuestra república de las letras—, con un sentido de la responsabilidad y el compromiso ajeno a vanidades mundanas. En la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí están también sus huellas.
El gran homenaje nacional por el centenario de Cintio Vitier, figura principalísima de una relevante estirpe de intelectuales y artistas, es muestra del calado extraordinario de su obra y de su servicio a la nación.
Cuba lo honró con sus mayores distinciones. Y el honró a Cuba con entereza, dignidad y coherencia ejemplares.
A Cintio hay que volver siempre. Valorar y atender sus lecciones. Roberto Fernández Retamar decía que Cintio y Fina eran apóstoles del Apóstol. Así asumió él su magisterio, que no ejerció desde cátedras ni aulas. Un sacerdocio. Manifestación suprema del servicio público.
Nunca fue hombre de poses, de ostentaciones. Conversador impenitente, amante de la música, polemista sosegado aunque firme… encarnaba su majestad con sencillez y afabilidad.
Sus hijos eran su mayor orgullo, su amor por Fina era inconmensurable. Ella se lo confesó a la periodista Rosa Miriam Elizalde: “(…) nosotros somos de un pájaro las dos alas. Lo que él siente, es exactamente lo que siento yo”.