Una creación infrahumana y fantástica de esas que pululan por las películas de terror no resultaría tan deliberadamente cruel y malvada. Pero esta especie de monstruo sí es real, y sus asechanzas y torturas las padece todo un pueblo desde hace ya seis décadas.
El bloqueo de los Estados Unidos contra Cuba haría palidecer a cualquier guionista de esas ficciones tremebundas de Hollywood, donde el cerco del mal se va estrechando alrededor de sus víctimas.
Tiene paralelos con un muñeco diabólico hasta por su forma histórica de conformarse, mediante una enrevesada madeja de leyes, enmiendas y órdenes ejecutivas que se complementan, solapan y refuerzan entre sí, casi sin posibilidad práctica de desmontarlo de una sola vez.
Posee además la capacidad para mutar, esconderse o disimular, tras mentiras y dobleces hipócritas. Así, los argumentos que justifican al bloqueo pasan desde la falsedad de un supuesto carácter bilateral, hasta el más reciente engendro de la manipulación: atribuirle toda la responsabilidad de los males que provoca a sus propias víctimas.
Como en cualquiera de esos filmes sanguinarios, también el cerco del bloqueo va “in crescendo”, hasta límites que la imaginación no puede concebir, como ha sucedido desde hace ya casi dos años, a partir de la obsesión de Donald Trump con sus 243 medidas contra Cuba, y la continuidad de esa política sanguinaria por la actual administración Biden, aun en medio de una mortífera pandemia como la que el mundo atraviesa.
A estas alturas de la historia, los hilos de las tramas y subtramas más duras que podamos vivir en las actuales circunstancias, siempre pueden seguirse de una u otra forma hacia ese origen oscuro del bloqueo.
Dígase la escasez de oxígeno medicinal por la rotura de su fábrica, o las interrupciones de las plantas termoeléctricas por la falta de los mantenimientos adecuados. Casi que detrás de cualquier carencia o contingencia que ocurre en este país, si buscamos bien, emergerá la oreja peluda del bloqueo y sus consecuencias, con independencia de nuestras propias fallas.
Porque el engendro resulta tan sofisticado y terrorífico que se alimenta y crece de sí mismo, como toda criatura maligna. Con frecuencia incluso a las autoridades cubanas ni siquiera les es posible revelar con toda la claridad que desearían esos nexos directos entre una situación precaria o excepcional que de pronto perjudica a toda la ciudadanía, y la estocada económica y financiera que se esconde detrás. Porque de hacerlo, los zombis del bloqueo irían tras la pista de cualquier rayito de vida, a interceptar el más pequeño halo de luz que burlara su muralla de penumbras, hasta sellar la grieta para intentar beberse nuestra sangre.
No obstante, como pasa también hasta en las películas más espeluznantes, siempre hay héroes y heroínas con la inteligencia y la fuerza para enfrentar tanta maldad. Y bajo las peores condiciones, aquí lo mismo inventamos cinco vacunas contra la COVID-19 que les viramos al revés cualquier treta subversiva y desestabilizadora.
El bloqueo nos daña, nos cerca, nos arrebata vidas y esperanzas, a veces hasta nos confunde, nos hace dudar, y a los más débiles, les lleva incluso a claudicar o traicionar. Pero no puede ni podrá conseguir hacernos rendir a la gran mayoría, porque no tiene a su favor ni la verdad ni la justicia, ni la dialéctica ni la bondad. Como muchas veces se ha dicho, está condenado por la Historia.
En fin, por más infrahumana y cruel que sea la criatura de esa película de terror que los sucesivos gobiernos estadounidenses han imaginado e impuesto para Cuba y su gente, nunca –asegurémonos de ello con nuestro trabajo constante– nos dejaremos derrotar por ese muñeco diabólico del bloqueo.