La Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), que hoy celebra su aniversario 60, sigue siendo la organización que concibieron y concretaron Fidel Castro y Nicolás Guillén, junto a grandes creadores cubanos; mas tiene que renovarse constantemente.
Este momento complejo que vive la nación precisa de las esencias y de aires nuevos.
Ese fue, en buena medida, el espíritu de las palabras del presidente de la Uneac, Luis Morlote Rivas, el pasado viernes, ante el Primer Secretario del Comité Central del Partido y Presidente de la República Miguel Díaz-Canel Bermúdez, y a un grupo reducido de artistas y escritores, en representación de toda la membrecía.
Significativo fue que entre los presentes hubiera consagradas figuras de la cultura cubana, maestros indiscutibles y puntales de la Uneac a lo largo de estas décadas; a ellos se suman jóvenes y muy talentosos creadores, las nuevas generaciones de la organización. Ya está abierto el proceso de crecimiento, que está orientado fundamentalmente a esos jóvenes artistas.
Son el futuro de la Uneac. Tienen que ser el presente.
De ahí la necesidad imperiosa de buscar consensos, sustentados en sólidos espacios de intercambio, reflexión y debate. La unión, que se ha identificado como el valor mayor de la organización, no se construye a partir de uniformidades, pues esa opción ineludiblemente fragmenta. Hay que conseguirla desde la diversidad.
Por eso el diálogo en la Uneac tiene que ser amplio, profundo, integrador. Y no debería ser devaneo irrelevante; sino diálogo con resultados. Propuestas. La de la Uneac tiene que ser una vocación de servicio; no es, ni debería ser nunca, tribuna para conseguir estatus.
Habría que desterrar esa idea de que los escritores y artistas solo deben pronunciarse sobre arte y literatura. Aunque, es cierto, hay que hablar más de arte y literatura: la Uneac debe propiciar y acoger siempre discusiones sobre los problemas inherentes a la cultura artística. Es un espacio privilegiado para hacerlo.
Pero los artistas son ciudadanos. Y su aporte es muy valioso en los actuales debates sobre la sociedad, la política y la economía.
La Uneac fue concebida como plataforma de los creadores en el entramado social. Pensamiento y acción. Y por lo tanto hay que entenderla como contrapartida creativa de las instituciones de la cultura y de la nación toda.
En sus célebres Palabras a los intelectuales, que el pasado 30 de junio cumplieron también 60 años, Fidel Castro le reconoció a la cultura un rol sustantivo en el proceso revolucionario. Los artistas no solo se han ocupado de recrear en sus obras las realizaciones de una Revolución, a su vez han sido conciencia crítica de esa Revolución. La política cultural —que rectificó hace décadas distorsiones en su aplicación— sostiene y promueve el inmenso caudal creativo de la ciudadanía. Pero las instituciones no hacen el arte. Y el arte nunca es (no debería ser) ámbito de estancamientos.
Hay que renovar esquemas de dirección y participación en la Uneac. Los mejores artistas y escritores deberían mantener la certeza de que esa es la organización que los representa. La Uneac no es un club social. Habría que entenderla como baluarte del pensamiento crítico y la realización creativa.
Este domingo se presentó en la sede nacional el libro Lo primero que hay que salvar. Intervenciones de Fidel en la Uneac. Recoge ideas meridianas sobre el papel de una organización que tiene que participar activamente en los desafíos de la nación.
La gran guerra de hoy es cultural. Es una guerra de símbolos. Y ante el empuje de una avalancha globalizadora y reduccionista es preciso reafirmarse en auténticos valores culturales.
Es una responsabilidad que va más allá incluso de los imperativos de las actuales circunstancias nacionales. Lo que no significa que los artistas deban o puedan ignorar las demandas puntuales de su tiempo, de su contexto. Ahí también hay mucho que hacer. Y urge. Los escritores y artistas son igualmente el pueblo.
El compromiso primero es con la nación. El compromiso mayor es con la humanidad. Desde la Uneac pueden y deben irradiar ideas para concretar la concepción martiana de la cultura como fuente de libertad y emancipación.