“De la tierra, y de lo más escondido y hondo de ella, lo recogeremos todo, y lo pondremos donde se le conozca y reverencie; porque es sagrado, sea cosa o persona, cuanto recuerda a un país…”.
Estas son palabras del Héroe Nacional de Cuba, José Martí, aparecidas en el prólogo del libro Los poetas de la guerra, publicado por primera vez en el año 1893 por el periódico Patria, en Nueva York, las cuales he escogido para referirme, a modo de símil, a la colección de obras, en su mayoría artesanales, realizadas por los trabajadores de unos 70 centros laborales de todo el país para congratular al Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz durante sus visitas a éstos desde el triunfo de la Revolución Cubana hasta el 31 de julio de 2006 cuando dio a conocer una proclama al pueblo de Cuba en que hacía entrega temporal de sus responsabilidades por razones de salud.
Martí se refería a los poemas escritos por los rebeldes mambises, como obras de elevado valor patriótico. Son textos en los que se reunían buenos y pobres poemas, pero todos escritos durante el fragor de la batalla, como cantos de las proezas libertarias, “alrededor de una fogata improvisada para dar de comer a los caballos o desahogar la nostalgia hogareña (…) o a la sombra de un árbol”. Su principal virtud no radica en su calidad literaria, sino en el modo en que ofrendaban sus vidas. La mayoría de aquellos encendidos versos perduraron a través de la tradición oral, “de copia en copia han venido guardándose, o en la memoria agradecida”, al punto de convertirse en extraordinario arte popular, compilado por el Apóstol, con el apoyo de los patriotas Serafín Sánchez, Fernando Figueredo y Néstor Carbonell, en el valioso libro devenido joya de la cultura insular.
He querido establecer este paralelo entre aquellos poemas y las piezas obsequiadas por los trabajadores al líder histórico de la Revolución Cubana, porque estas últimas son quehaceres surgidos del amor y la fidelidad, de la entrega a otra gran batalla: la de hacer avanzar este país en medio de tantas dificultades, la inmensa mayoría de estas impuestas por el criminal bloqueo económico, comercial y financiero con que el gobierno de los Estados Unidos pretende asfixiarnos desde hace más de seis décadas.
Las piezas recogidas en esta exposición virtual titulada Fidel en el corazón de los trabajadores, no son —como los poemas recopilados por Martí— grandes obras artísticas, tampoco sus autores pretendieron convertirlas en esto. Pero sí constituyen fervientes y sencillas evidencias, además, de la distinción y respeto que el movimiento obrero cubano profesa por el sabio conductor de la sociedad socialista, justa e independiente.
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Si los poemas seleccionados por Martí para el libro Los poetas de la guerra, se caracterizaban por poseer una literatura que “no estaba en lo que escribían, sino en lo que hacían. Rimaban mal a veces pero sólo pedantes y bribones se lo echarán en cara: porque morían bien”; las obras realizadas por las laboriosas manos de hombres y mujeres de disimiles sectores de la economía y los servicios, son ofrendas que pretendían hacer perdurables sus hazañas productivas en la memoria de Fidel, e igualmente devienen férvidas y emblemáticas expresiones de sacrificio y entrega al servicio de la patria.
Organizada por la Central de Trabajadores de Cuba a través del Centro Cultural Palacio de los Torcedores, Monumento Nacional, donde se conservan estas reliquias espirituales e históricas donadas a este último lugar por la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado, la muestra virtual de las fotografías hechas a estas obras por el experimentado fotorreportero José Raúl Rodríguez Robleda, del periódico Trabajadores, se exhiben en las redes sociales en ocasión del aniversario 95 del natalicio de Fidel.
Estas piezas consideradas como símbolos, no fueron hechas con la calidad de un artesano artista, como pudiera parecerle a algún que otro “pedante” —al decir del Apóstol—, pero son humildes y emotivos idearios estéticos materializados por quienes se entregaban “bien” a sus oficios, con denodado ímpetu, para vencer en otra gran guerra que aún continúa: el desarrollo económico de Cuba.