Llegaron una mañana a una de las esquinas de mi cuadra. Con un compresor levantaron el asfalto y a golpes de pico profundizaron la herida. Pico y pala, pico y pala…, y la loma de tierra amarilla se levantaba por minutos en la superficie. El sol veraniego pretendía partir las piedras y también las espaldas de los trabajadores. El sudor pronto les empapó las camisas.
Quienes por allí pasaban no podían dejar de mirar y admirar a los integrantes del pequeño grupo, formado por personas ya no tan jóvenes, curtidas por el quehacer de un sector tan exigente como el de Acueducto y Alcantarillado.
Llegaron hasta la tubería y allí estaba el salidero. Me acerqué. Uno de ellos me miró y dijo: “Vamos a ver qué ponemos ahí, porque no hay muchos recursos”.
De la carreta trajeron dos planchas de metal, ovaladas, y dos partes de una cámara de camión o de tractor. Limpiaron la conductora y colocaron ambas, una debajo y otra encima, y ajustaron unos tornillos. Pero nada de eso se hace tan rápido como escribirlo ahora. Lleva tiempo y mucho esfuerzo. Una vecina trajo dos pomos de agua y otra un termo con café y vasos. Se les pudo apreciar el agradecimiento en los rostros. No era para menos. Son unos consagrados.
“Esto va a durar unos cuantos años”, afirmó quien dirige al colectivo, pero también trabaja y bien duro. Poco a poco taparon la herida y prepararon y echaron hormigón para resanar la parte superior y mantener la uniformidad de la calle.
Historias como esta o más grandes y connotadas pudieran contarse en todos los territorios del país. Las conductoras del sistema de Cuenca Sur son mudos testigos de cuantiosas proezas para mantener el suministro de agua a la población y las entidades de la capital, por solo poner un ejemplo.
Un símbolo
El mejor ejemplo de consagración plena a ese sector vital para el país está en la presa Hanabanilla, en la zona central del archipiélago cubano. Se llama Ángel Rodríguez Quintana, pero todos lo conocen por El Papa.
Desde 1962, cuando finalizó la construcción del embalse, es el más fiel guardián de las aguas y el entorno. Ángel Rodríguez Quintana cumplió 92 años el 31 de mayo pasado y aún permanece activo.
La dirección nacional del Sindicato de Trabajadores de la Construcción (SNTC), el cual agrupa también a quienes pertenecen al sector de los recursos hidráulicos, lo calificó de “ejemplo de honestidad, laboriosidad y entrega sin límites a la voluntad hidráulica en Cuba”.
El Papa comenzó a laborar el 22 de abril de 1950, cuando se iniciaron los estudios para lo que sería en un futuro el embalse que abastece hoy de agua a las ciudades de Santa Clara y Cienfuegos y le aporta un singular encanto natural a la geografía montañosa de la zona.
Al referirse a la presa dijo en una ocasión que es “su primer hijo”, pues ha laborado en ella toda la vida, sin coger ni un solo día de vacaciones. “Y aquí me moriré trabajando”, afirmó.
La construcción civil del embalse se inició en 1955 y concluyó en 1962. Tiene capacidad para 286 millones de m3 de agua y llegan a él los ríos Hanabanilla, Negro y Guanayara.
En 1967 inauguraron la hidroeléctrica que allí funciona, la cual fue visitada por el Comandante Ernesto Che Guevara cuando se desempeñaba como Ministro de Industrias. El Papa conserva en su mente esos recuerdos.
Ángel Rodríguez no olvida la llamada que le hiciera Antonio Rodríguez Rodríguez, presidente del Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos (INRH), con motivo de cumplir 70 años de trabajo ininterrumpido.
El Papa de la presa Hanabanilla es un símbolo presente en tan abnegado sector de la economía cubana.