Y de allí, de la entraña de Artemisa/ como del arco rojo de una Gran Cazadora/ salieron estas flechas de coraje y sonrisa/ a clavarse en la noche para traer la aurora, escribía en su poema Artemisa, Jesús Orta Ruíz, el Indio Naborí.
La epopeya de aquella mañana de la Santa Ana en Santiago de Cuba, fue teñida con el arrojo de la cuarentena de hijos de esta provincia, una de las más jóvenes de Cuba, motivo que hoy constituye más que historia, guía permanente para las generaciones que bebemos de los hechos acaecidos en 1953, en los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes.
Que 17 artemiseños murieran en la acción y antes del triunfo revolucionario fue inspiración para levantar un monumento que guarda tanto sus restos como su hidalguía, el Mausoleo a los Mártires de Artemisa, donde cada 26 de julio la guardia de honor de una joven generación le rinde fiel homenaje.
Esta vez el pelotón de ceremonia de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, junto a familiares de los moncadistas y autoridades de la provincia, sin descuidar las medidas de aislamiento e higiene por la COVID-19 dedican solemne tributo a la Generación del Centenario, ceremonia que otros años pudo ser protagonizada también por el pueblo artemiseño en recorridos por el sitio.
Y es que como vuelve a citar el Indio Naborí en sus versos, …Desde entonces la tierra de la piña gustada/ también dio, para el pueblo, trágicas amapolas.
“Artemisa en el Granma jineteando en las olas/ Artemisa en las lomas orientales/ Artemisa en la puerta del cuartel Goicuría/Artemisa en los órganos de senos colosales/ Artemisa en Palacio, peleando a pleno día/ Artemisa en los montes villareños/¡Artemisa de frente, dondequiera!/¡Gloria para el coraje de los artemiseños!/¡Hay sangre de Artemisa brillando en la Bandera!
Razones obvias de este tiempo pandémico impiden a unos de nuestros moncadistas, Ramón Pez Ferro, con sus 87 años de edad llegarse hasta acá a rendir homenaje a sus compañeros, que tal como dijera Fidel y él repite hoy… “No están olvidados ni muertos, viven hoy más que nunca y sus matadores han de ver aterrorizados cómo surge de sus cadáveres heroicos el espectro victorioso de sus ideas…”.
Mencionarle, vía telefónica, aquella hazaña, lo hace rememorar que era el tercero más joven entre los que siguió a Fidel desde su ciudad natal, Candelaria, y lo impulsaba la extrema miseria y las ansias de ver un futuro sin discriminación.
Razones, convicciones, libertad, héroes, mártires, una Artemisa que crece por la sangre de sus hijos y con el sudor de su gente, a diez años de ser constituida como provincia, hoy se vuelve homenaje y continuidad.
Artemisa
Los valientes Aqueos de la Ilíada
tuvieron a Minerva como escudo y divisa;
los jóvenes Aquiles del ataque al Moncada
tuvieron su Artemisa,
no la Artemisa diosa de los mitos paganos
sino la tierra roja de Pinar de Río,
surco de luz abierto a los fecundos granos
del Centauro de Oriente, Comandante del Brío.
Polvoriento de pena y de camino agrario,
¿dónde están, Artemisa —pregunta el Gigante—,
tu joven campesino, tu joven proletario,
tu joven estudiante?
Tocó Artemisa un rojo subterráneo clarín
y saltaron sus héroes:
¡hermosos y calientes corazones!
Artemisa, la esposa de algún Quirón veguero,
los inyectó con sangre de leones.
Y de allí, de la entraña de Artemisa,
como del arco rojo de una Gran Cazadora,
salieron estas flechas de coraje y sonrisa
a clavarse en la noche para traer la aurora.
Desde entonces la tierra de la piña gustada
también dio, para el pueblo, trágicas amapolas.
Artemisa en el Granma jineteando en las olas.
Artemisa en las lomas orientales.
Artemisa en la puerta del cuartel Goicuría.
Artemisa en los órganos de senos colosales.
Artemisa en Palacio, peleando a pleno día.
Artemisa en los montes villareños.
¡Artemisa de frente, dondequiera!
¡Gloria para el coraje de los artemiseños!
¡Hay sangre de Artemisa brillando en la Bandera!
Jesús Orta Ruiz, el Indio Naborí