«Ya está», le dijo al árbitro el capitán Leo Messi, casi sin aire, extenuado luego de noventa minutos que lastraban sus historias de más de una década luchando el ansiado triunfo de Argentina.
Hasta que no pite no hay nada decidido. Estuvieron tan cerca en la Copa América Centenario que no es válido confiarse ni por un segundo.
¡Cinco minutos de descuento anunciaba el reloj! Para entonces quedaba solo uno por disputar. Marcador 1-0 favorable a la albiceleste. El partido era perfecto para ser campeones: enfrente, un Brasil deslucido, insípido, encomendado a las filigranas de Neymar y poco, muy poco más.
Y no es que Argentina anduviera muy sobrada de ocasiones, pero sí lucía firme. Con el cuchillo entre los dientes. Y peleó, peleó con unos deseos que los de Tite no esperaban. La última Copa América de Messi parecía ser la última de todos. Se encaraban, sangraban de los tobillos… también sufrían.
Sufrían los segundos que quedaban como nadie y, a la vez, nadie los sufría como Messi, que no paraba de perdirle al árbitro el final. Jamás había estado tan cerca de alcanzar la cima de la montaña con la pesada condena que cargaba a sus espaldas.
Pero esta vez había sido
diferente desde antes: en la portería estaba el fenómeno del Dibu, y al fin Di María podía jugar una final a plenitud… y mandarla a guardar. Al fin alguien que metiera el gol que siempre fallaban todos.
Quedaban escasos segundos para que se rompiera el maleficio. Veintiocho años de sequía. Decepción tras decepción a unos instantes de volverse combustible para que explotara aquella mezcla de alegría y rabia contenidas. La última vez que ganó Argentina fue en 1993; Messi tenía seis años.
Y el silbato sonó en el estadio Maracaná, empeñado en ver caer a Brasil en partidos trascendentales y en esta ocasión, incapaz de perderse la oportunidad de ver a un Messi campeón.
Y todos lo fueron a buscar al capitán. A cargarlo y elevarlo al cielo, allá donde se encuentra con la ’10’ el genio de Maradona.
La imagen de un Neymar destrozado en su propia tierra partía el alma. Pero Ney es joven aún… Y luego del llanto y la frustración, lo fue a buscar a Messi. Se encontraron y se abrazaron. Entonces nos emocionamos otros.
Aún parecía un sueño ver a Argentina campeona y a Messi sonriendo con ese uniforme luego de una final.
El ’10’ recogió los trofeos de líder goleador y mejor jugador del torneo y, después de todos sus compañeros, pasó a buscar la medalla. A unos metros, de reojo, podía ver la copa… Los sueños se cumplen, Leo. «Ya está».