La doctora Vanesa ha entrado más veces a la zona roja que los pocos años que lleva de graduada; Tahymiris, al frente del laboratorio de biología molecular de la provincia, ya ni cuenta las pocas horas que pasa en casa; a Marelys le duele la cantidad de muestras positivas que detecta en cada turno…
La situación epidemiológica en Camagüey pasa de castaño oscuro: los positivos rebasan cálculos estimados por los peores pronósticos; los centros de aislamiento parecen quedar cortos, y se abren otros, incluso, hospitales de campaña para que nadie quede sin atención médica.
Pero entre la población aún no todos piensan qué sucedería de seguir el territorio con los índices de los últimos días, cuando, en una jornada, se superan los 400 casos.
Las autoridades dictaron nuevas medidas restrictivas. Entre todas, la más significativa es la que prohíbe el libre tránsito de vehículos y personas entre la 1:00 p. m. y las seis de la mañana, para lograr un cierre casi total por 17 horas al día.
Sin embargo, no han faltado quienes obvian lo establecido para visitar al vecino con motivos baladíes, se reúnen a celebrar cumpleaños o hasta alquilan una piscina de casa para adelantar su “agosto”.
Esos, que no se creen indisciplinados, son los responsables mayores de los números rojos que obligan al cierre provincial. Las demoras en recibir resultados de PCR o en ingresar sospechosos y contactos directos —y sus potenciales costos en vidas humanas— son también consecuencia de sus actos.
Vivir bajo números rojos es difícil. Todos los agramontinos podemos hablar de la incomodidad que generan los cierres de tiendas y bancos antes del mediodía, o de las tantas gestiones aplazadas debido a la suspensión del transporte público.
Con la intervención vacunal, que se inicia este lunes, muchos verán la luz al final del túnel y, quizás, el pretexto para relajar precauciones. Nada más equivocado, pues quedan grupos etarios como los menores de 18 años y otros sin vacunar. El riesgo continúa, solo la responsabilidad y el cumplimiento de las medidas serán la única posibilidad para eliminar estos números.
La suerte de la Isla
Por Alexander Pupo
Vivir en una isla suele ser problemático. Generalmente no hay carreteras que la unan a otra tierra; solo las vías marítima y aérea. Lo que entra o sale está condicionado por la situación meteorológica. Sin embargo, al parecer, la COVID-19 nos muestra a los habitantes de este territorio que, por esa razón, debemos estar distanciados físicamente del resto del archipiélago cubano.
Este municipio no ha reportado casos positivos consecutivamente hace más de una semana, como sucede en otros lugares del país. Nos miran asombrados. ¿Qué misterios hay en la Isla?, preguntan. La fórmula de la tranquilidad —sin obviar el cierre de fronteras— es el cumplimiento de las medidas epidemiológicas que hace más de un año repite cada día el doctor Francisco Durán García.
Aunque es cierto que se han cometido indisciplinas y la violación de protocolos nos ha pasado factura, en Isla de la Juventud se respira un ambiente de calma, sobre todo tras la intervención a miles de pineros de las tres dosis del candidato vacunal Abdala que llegó a todas sus comunidades.
Durante esta semana se inmunizará al resto de la población seleccionada que no ha podido concluir el esquema de las tres dosis. El alto porciento de eficacia de Abdala (92,28) representa una esperanza.
Ahora nos corresponde a los pineros actuar responsablemente. No confiarnos. La pandemia está aún lejos de terminar; en cambio, llegan los meses de julio y agosto, cuando las temperaturas son más altas y deseamos ir a las playas, piscinas y otros lugares recreativos. Este será, como el anterior, un verano diferente.
De este lado del golfo de Batabanó continúan los desvelos de las autoridades políticas, gubernamentales y sanitarias para evitar la aparición de casos de COVID-19. Hace unas pocas horas concluyó la cuarentena en la última zona roja del Municipio Especial. Más de 10 días han transcurrido sin nuevos contagios.
Si bien las 60 millas de distancia entre las costas de esta isla pequeña y de la grande ha evitado una mayor transmisión de la enfermedad, es el actuar responsable de los pineros lo que ha cerrado el paso al SARS-CoV-2, ese ya no tan nuevo coronavirus que nos ha cambiado la vida.