Abel Prieto: Fidel le hizo honores a su maestro José Martí

Abel Prieto: Fidel le hizo honores a su maestro José Martí

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El escritor Abel Prieto ha consa­grado buena parte de su ejercicio pro­fesional a la articulación y concreción de la política cultural de la Revolución cubana. Lo ha hecho desde sus responsabilida­des, primero al frente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), luego como minis­tro de Cultura en dos períodos, y ahora como presidente de una de las más prestigiosas insti­tuciones del entramado artístico y literario de la nación: Casa de las Américas.

Para Abel, la intervención de Fidel Cas­tro Ruz el 30 de junio de 1961 en la Biblioteca Nacional José Martí, conocida posteriormente como Palabras a los intelectuales, devino do­cumento esencial del proceso revolucionario. El destacado intelectual reflexiona en entre­vista con Trabajadores sobre su trascendencia.

Algunos afirman que Palabras a los inte­lectuales resume la política cultural de la Re­volución cubana. ¿Qué implicaciones tuvo esa intervención de Fidel para la consolidación de dicha política?

Foto: Adolfo Izquierdo
Foto: Adolfo Izquierdo

Reducir la política cultural de la Revolu­ción a ese texto quizás sea un error. Pero sí es cierto que estamos ante un texto fundador de esa política. Ahí están los pilares. Hay cuestio­nes básicas que después serían la garantía de que en este país hubiera un desarrollo esplén­dido de la creación artística y literaria.

Se trataba de pensar en un receptor ac­tivo para los procesos culturales, sin hacer concesiones de calidad. Eso nadie se lo había propuesto jamás. Y Fidel se lo propone en esa fecha tan temprana. Les pide a los escritores y artistas colaboración para sus proyectos de democratización cultural, que no implicaran costos cualitativos.

El otro extremo es la cultura chatarra yan­qui. Efectivamente, llega a todas partes, crea sentidos de la vida, modifica subjetividades, crea paradigmas y sueños, entretiene…, pero es un entretenimiento vacío, la mayoría de las veces. El precio cualitativo que pagan los crea­dores auténticos es alto: se mutila todo lo que pueda ser inquietante, todo lo que pudiera re­presentar un desafío intelectual.

En la vertiente descolonizadora de Fidel, que viene de Martí, está ese rechazo a todo lo que significara masividad enlatada. Y lo dice de algún modo en Palabras a los intelectuales.

No es un azar que el primer libro publi­cado por nuestro país después de 1959 fuera el Quijote. No fue un libro simple, no fue un manual de instrucción revolucionaria, no fue una vulgarización del marxismo… Fue nada más y nada menos la más grande novela de todos los tiempos la que se puso frente a un lector que todavía no estaba íntegramente al­fabetizado.

No se puede subestimar esa lección, apar­te de su componente simbólico: publicar la historia de un caballero andante, que lucha contra molinos de viento, contra gigantes, y se propone “desfacer” entuertos.

Otro elemento muy importante es el diá­logo mismo. Hay que recordar que esa inter­vención es la conclusión de tres días de in­tercambios con escritores y artistas, en los primeros de los cuales él se limitó a escuchar. Y él mismo lo dice: aquí se ha hablado de un modo realmente libre; no se ha hablado con eufemismos, se ha hablado con franqueza. Se creó un clima muy transparente.

Y ese método de comunicación entre las instituciones y los creadores ha sido el que ha caracterizado la política cultural revoluciona­ria hasta hoy día, con excepción del paréntesis de la primera mitad de la década de los seten­ta —que Ambrosio Fornet llamó el quinquenio gris— y que fue en verdad una traición al espí­ritu de Palabras a los intelectuales.

Esa comunicación, ese diálogo, esa idea de que los creadores estén protagonizando el dise­ño y la práctica de la política cultural, Fidel la plantea en el año 61. En medio de la Campaña de Alfabetización, lidiando con las presiones y las amenazas de los Estados Unidos, a unos meses de la victoria de Girón…

Fue sin duda un hecho inédito en la historia cubana: un gobernante otorgándole a la cultu­ra un rol sustantivo en un proceso político, no solo una función puramente ornamental. ¿Por qué lo asumió así Fidel?

Eso tiene que ver con el principal maestro de Fidel: José Martí. Roberto Retamar decía que Fidel citaba a Martí con la naturalidad con la que se respira. Fidel tenía a Martí honda­mente asumido. Y para Martí, arte, cultura, emancipación… eran sinónimos. Una Revolu­ción martiana no podía prescindir de ese inter­cambio con la vanguardia intelectual.

Marx y Engels eran grandes intelectuales, pero quizás no tuvieron esa luz de la poesía que iluminó todo lo que hizo Martí. De ahí bebió Fidel. Y le hizo honor a su maestro con ideas y con obra.

No se puede olvidar que Fidel, cuando llega a esos encuentros, ya había fundado Casa de las Américas, el Icaic, la Escuela de Instruc­tores de Arte… Él lo menciona en su interven­ción: el apoyo a la Orquesta Sinfónica, al Ballet Nacional de Cuba, al Conjunto de Danza Moderna… Y por supuesto, al libro, con la creación de la Imprenta Nacional.

Era la idea de no formar fanáticos, que es una idea tan martiana. Formar gente libre, comprometida a partir de su cultura con un proyecto de emancipación.

Hay quien reduce (desde el desconocimien­to o con toda intención) el espíritu de esa in­tervención a su más célebre frase, “(…) dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada”, sacada muchas veces de contexto…

Precisamente hay que leer esas palabras atendiendo su contexto. Fidel llega a esa sín­tesis (que después tuvo la mala suerte de con­vertirse en un slogan, y los slogans se prestan a interpretaciones delirantes), él llega a ese concepto después de plantearse que para la Re­volución era un problema —del que tenía que ocuparse— darle un espacio a artistas y escri­tores que siendo honestos y reconociendo inclu­so la justicia que traía la Revolución, no fueran realmente revolucionarios.

Fidel establece muchos matices. Evita la clasificación fácil. Define claramente que la Revolución tiene que crear un espacio suficien­temente amplio para que los escritores y artis­tas que no pudieran seguir su marcha, pudie­ran desarrollar su espíritu creador.

Ese es el “dentro”. Es el resultado del empe­ño de una Revolución de evitar todo extremis­mo, de evitar sectarismos, exclusiones…, que no fueran las de aquellos incorregiblemente re­accionarios. Fidel incluye hasta la posibilidad de que haya alguien reaccionario que pueda corregir su posición ante la vida y sumarse al impulso de la Revolución.

Lo deja claro. La Revolución tiene que as­pirar a que marchen junto a ella todos los hom­bres y mujeres revolucionarios…, y aquellos que no lo sean y sean honrados.

Es un discurso muy ecuménico, muy amplio.

Es muy triste ver los intentos de satanizarlo de ciertos medios financiados por el Norte. Pero de todos modos es un esfuerzo inútil. Nadie con un mínimo de rigor y seriedad que lo lea dejará de admirar a ese joven líder, atenazado por tantas presiones, que le dedica tres días a conversar con la vanguardia artística y literaria del país para llegar a conclusiones tan brillantes y con tanta vigencia.

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