Los procesos de la ciencia e innovación tecnológica se han invertido a partir de tomar los pedidos de los productores como base para desarrollar las investigaciones; atrás quedaron las gavetas “llenas de resultados” y los campos vacíos o desprovistos del pensamiento científico para calzar el esfuerzo de los trabajadores del campo.
Son los productores líderes —hombres que combinan resultados científicos con prácticas ancestrales— los encargados de defender con sus experiencias las verdades de la ciencia, y proponer, incluso ante las máximas autoridades del país, las de mejores tendencias para la obtención de determinados alimentos.
No se aplican por variedades ni tecnologías; hay consensos sobre el uso de bioproductos, las mejores variedades y épocas para la siembra, y hasta se validan equipos que llegan del exterior, con el ánimo de que su empleo en Cuba sea óptimo.
Una de las novedades de la experimentación actual —propuesta por los científicos como paliativo al déficit de nitrógeno para la fertilización— es el empleo, a través del riego por inundación, del amoníaco anhidro en el cultivo del arroz, un producto importado, pero más barato que la urea usada tradicionalmente como nutriente en ese cultivar.
¿Se extendió a toda la base productiva? No, su comportamiento se estudia en las arroceras de Aguada de Pasajeros, en Cienfuegos, y Amarillas, en Matanzas, esencialmente, y después del consenso se llevará hasta donde alcance. Tiene otra ventaja: no se requiere de la aviación agrícola para aplicarlo, pues se hace a través del agua, lo que también abarata su costo.
Está demostrado el impacto de los bioproductos y de la resistencia varietal en otros cultivos, lo que refuerza las producciones de alimentos, muy atacadas por factores como el cambio climático —que ha variado etapas lluviosas por sequías extremas e inundaciones—; además, del arrastre de plagas y enfermedades que llegan al país, todo resentido por un bloqueo de Estados Unidos, que pretende estrangular a Cuba y hasta de una pandemia.
Esa es una cultura que, al decir del Presidente Miguel Díaz-Canel, tenemos que ir ganando e impulsando.
Las técnicas aplicadas contribuyen al ahorro de las divisas que eroga Cuba al adquirir costosos productos químicos, y que solamente en el manejo del Sogatodes orizícola (Muir), principal plaga en el arroz, se cuantifica en más de un millón 200 mil dólares anuales, al casi eliminar a los químicos en su manejo.
Una veintena de centros de investigación, con especialistas altamente calificados, trabajan bajo la demanda de la producción para dar respuestas a problemas o simplemente introducir logros científicos.
Entre ellos, está el Centro de Bioplantas de la Universidad Máximo Gómez, de Ciego de Ávila, que aporta las vitroplantas del programa de diversificación varietal de la piña, logrando un encadenamiento con la Empresa Agroindustrial Ceballos, que la cultiva, la procesa en su industria, y luego la exporta fresca o en almíbar. Cierran un ciclo productivo que aporta eficiencia y calidad en sus rutinas.
La ciencia pone su mano también en la recuperación del café, de alta demanda en el mercado mundial; con la cooperación de expertos vietnamitas reproducen semillas traídas del país asiático, y con sus modalidades se sembrarán algunas llanuras, con el objetivo de crear una alternativa de altísima calidad que se obtiene en las alturas cubanas.
La ganadería goza el privilegio de la ciencia; si actualmente está muy rezagada no es porque le falten razas logradas en suelo cubano, como el Siboney, capaz de combinar rusticidad y buena producción de leche y carne, que lo hacen ideal para la crianza en las condiciones el país, o plantas proteicas para alimentar a los rebaños, cuando es prácticamente importar piensos.
Soy una convencida de que donde mejor se evidencian los aportes de la ciencia en el sector agropecuario es en el tabaco, un cultivo único y vital entre los rubros exportables cubanos, que fue salvado de la devastación que provocaron hongos, plagas y enfermedades a finales de los 70 y principios de los 80, del siglo pasado, y que sigue adornando y embelleciendo la campiña.
En ese enredo de cruces, retrocruces; de multiplicar, de reproducir en laboratorios y hasta de lograr semillas híbridas mejor no me meto; las manos de los científicos son delicadas y sus mentes muy listas para dar con el aporte preciso en el momento indicado. Detrás o juntos, avezados agricultores dan fe de las verdades de la ciencia.