Cada año en nuestro país, entre 100 y 120 personas por millón de habitantes llegan a la fase final de la insuficiencia renal y precisan tratamiento mediante algún método de diálisis.
Unas optan por esta como única variante para prolongar la vida, otras aceptan a la vez ser estudiadas con el propósito de que se les practique el trasplante de riñón en el momento oportuno, pues todas se hallan en ese punto de no retorno que los expertos insisten en evitar, o al menos retrasar, a partir de la detección precoz de esta dolencia.
Una pesquisa activa realizada en Isla de la Juventud entre los años 2005 y 2006, que incluyó al 96% de las 82 mil personas registradas por los médicos de la familia en ese municipio, permitió identificar a quienes tienen un riesgo incrementado que puede conducirlos a padecer una enfermedad renal, para actuar sobre esos factores y modificar su curso evolutivo.
El estudio efectuado a partir de marcadores de daño renal, en el que no solo se toman parámetros obtenidos en análisis de laboratorio, sino también del examen físico de la persona, arrojó indicadores que «nos alertan acerca de la existencia de un subdiagnóstico de la enfermedad», advirtió el especialista Miguel Almaguer.
Cuando una persona presenta alguno de esos marcadores, se le realiza un examen individual más profundo para confirmar el diagnóstico. Se trata —aseguró el profesor Almaguer— de un padecimiento que evoluciona de manera silente, por lo que la pesquisa activa es fundamental para detectarlo tempranamente.
Estudios similares han sido realizados en municipios de Ciudad de La Habana y de Pinar del Río.
La manera en que las enfermedades interactúan entre ellas, convirtiéndose una en causa o consecuencia de la otra, ha llevado a los expertos a redondear conceptos como el de enfermedad vascular crónica que abarca, entre otras, las afecciones cardiovasculares y cerebrovasculares, la diabetes mellitus, la hipertensión arterial y la enfermedad renal crónica. Esta última incluye cualquier dolencia que cause una lesión de esa índole por un periodo de evolución mayor de tres meses.
La existencia de factores de riesgo comunes, como son la obesidad, la diabetes, la hipertensión, el sedentarismo y el hábito de fumar, confirma la necesidad de ese enfoque integrador.
Cuando se controlan tales indicadores se previene no solo un padecimiento en específico, sino un conjunto de ellos que están considerados, además, entre las primeras causas de muerte en el país.
Señales en el camino
Entendidos en la materia coinciden en que la enfermedad renal crónica es un síndrome complejo, por lo que urge atajar a tiempo las causas que aceleran o perpetúan el deterioro del organismo.
Según explicó el doctor Atilano Martínez, la hipertensión arterial y los trastornos de los lípidos plasmáticos (colesterol y triglicéridos) establecen lesiones en los vasos sanguíneos por los que circula la sangre que transporta el oxígeno y los nutrientes a la célula renal. Un daño que, mantenido en el tiempo, altera el funcionamiento normal del riñón y puede llegar a ser irreversible.
Cuando se analiza el origen de la lesión renal —refirió el especialista— un porcentaje considerable apunta a las personas diabéticas que no controlan adecuadamente los niveles de glicemia. También pueden originarla las malformaciones congénitas, las enfermedades que primariamente afectan al riñón (nefritis), así como la ingestión de medicamentos no orientados por el facultativo (algunos analgésicos) que, tomados en dosis inadecuadas durante un tiempo prolongado, pueden ocasionar un deterioro importante de ese órgano.
Aunque en ocasiones la enfermedad renal es delatada por escasos síntomas o estos se presentan de manera tardía, el doctor Atilano comentó que una señal de alerta pudiera ser la disminución del volumen de orina, aun cuando la persona ingiera cantidades normales de líquido. «Esto suele aparecer cuando ya hay un perjuicio establecido, más tempranamente lo que ocurre es una inversión del ritmo urinario, es decir individuos que tienen una frecuencia de micción mayor en horarios no habituales, como puede ser el nocturno.
«Otros signos de alarma son la anemia de origen no evidente (cuando no es provocada por sangramiento crónico o enfermedad infecciosa crónica), manifestaciones de retención de líquido —se aprecia en un aumento de peso, decaimiento y pérdida del apetito—y orina muy espumosa, como si se disolviera detergente en el inodoro, lo que es un signo de pérdida de proteínas que debe ser atendido», especificó el nefrólogo.
Acerca de la importancia de tomar la cantidad necesaria de líquido cada día, el profesor Almaguer insistió en que además de hidratar al organismo y contribuir al mejor funcionamiento de los riñones, esa práctica sistemática previene la aparición de algunas enfermedades específicas como las infecciones del tracto urinario y las litiasis (cálculos o piedras).
Generalmente, un ser humano debe tomar cada día alrededor de un litro y medio de agua para reponer las pérdidas ocurridas por la orina, la respiración y el sudor. «Aunque los riñones son capaces de eliminar los desechos hasta con 400 mililitros de orina, esa sustancia tan concentrada —indicó el doctor Almaguer— constituye un medio de cultivo favorable para la proliferación de gérmenes.
«La ingestión de líquido es conveniente también porque disminuye las posibilidades de colonización bacteriana. Además, en una orina muy saturada, con gran cantidad de sales disueltas, existen mayores posibilidades de que se formen sedimentos».
Según afirmó el doctor Almaguer, los médicos de la familia reportan anualmente alrededor de 11 mil personas en el país con alguna enfermedad renal crónica.
En la actualidad, Cuba dispone de servicios de nefrología distribuidos en toda la Isla, en los que reciben tratamiento mediante algún método de diálisis casi 2 mil pacientes. La tendencia al envejecimiento de la población cubana reclama una mirada aún más reflexiva por parte del personal de la Salud y de la sociedad en general sobre tales estadísticas, por el elevado costo que estas representan para el bienestar individual y familiar, y la economía del país.
Eficiente y compleja maquinaria
Los riñones tienen varias funciones, entre estas la más evidente es la formación de orina mediante la cual se eliminan las sustancias tóxicas producidas como resultado del metabolismo de las proteínas, fundamentalmente. Cuando este órgano enferma y pierde esta capacidad depuradora, dichas sustancias se acumulan en la sangre ocasionando efectos perjudiciales para el organismo.
También generan eritropoyetina, la que tiene una acción estimuladora sobre la formación de glóbulos rojos. Si por alguna razón se agotan estas posibilidades, aparece la anemia que forma parte del cuadro de insuficiencia renal crónica.
Otras de sus funciones son la regulación de la tensión arterial, del agua corporal y de los electrolitos (entre estos últimos algunos pueden ser peligrosos cuando sobrepasan determinado nivel de concentración como es el caso del potasio). Se ocupan además de la activación de la vitamina D, cuya acción sobre el metabolismo mineral de los huesos resulta de extrema importancia.
Popularmente se les ha calificado de filtro del organismo humano y son ciertamente una compleja maquinaria de reprocesamiento, capaz de limpiar y mantener el equilibrio químico de la sangre.