Más negada que nunca a abandonar nuestras vidas, la COVID-19 mantiene en jaque a la población del orbe, no solo por el carácter aún incipiente de la campaña para neutralizar el virus a partir del desarrollo de candidatos vacunales, sino por la naturaleza enigmática de muchas de sus manifestaciones y secuelas.
Vinculados a estas últimas, instituciones científicas ya arrojan una cifra de entre 50 y 200 síntomas detectables en ese estadio posterior al fin de la infección dentro del organismo, en el cual perduran, no obstante, algunos signos clínicos como parte de un cuadro que han dado en llamar «Covid Persistente».
Las estadísticas resultan preocupantes. Según uno de los análisis de mayor valía concretados hasta la fecha por un equipo internacional de investigadores, que encabezó Sonia Villapol -neurocientífica del Weill Cornell Medical College- y referenciado a su vez en el portal digital cubano Infomed, casi un 80 % de los sujetos en estudio presentaron algunas de las afecciones tras su recuperación, entre ellas fatiga, dolor de cabeza, disnea, pérdida de cabello o niebla, hasta completar una lista de 55 síntomas detallados en esta investigación específica, cuyo nivel de incidencia y perdurabilidad aún no se establece con precisión.
Muy pocos consensos tenemos hasta el momento sobre cómo definir certeramente el fenómeno, o incluso si podría considerarse el conjunto de manifestaciones una nueva enfermedad crónica, aunque casi todos coinciden en que el daño a la calidad de vida es innegable en un número significativo de los pacientes recuperados.
En el portal de marras se expone asimismo cuán alarmante resulta la incógnita frente a los discordantes desequilibrios y descompensaciones, que no se corresponden con los resultados de las pruebas objetivas. Tampoco se sabe a ciencia cierta si podría tal circunstancia representar el origen de nuevas enfermedades o simplemente agravar las ya existentes.
Los editores de Infomed reúnen el número de secuelas en diez subgrupos o especialidades:
Abriendo dicha lista la Neumología, uno de los terrenos donde más visible se hacen estas disonancias entre los datos que arrojan los exámenes físicos y las manifestaciones de los pacientes, cuyos efectos posteriores comunes son la disnea y la astenia, matizada muchas veces con tos residual e incluso febrícula.
La rama de la Neurología se erige como una en la que los síntomas se proyectan con un mayor nivel de incidencia, tal cual develan estudios de la Sociedad Española de Neurología que cita la fuente. Hasta dos semanas podrían durar en la mayoría de las personas la cefalea y la pérdida de olfato, pese a que algunos vieron tales malestares extenderse por meses. Dificultad para concentrarse, despistes, fallas de atención o la llamada «niebla cerebral» siguen acompañando a algunos, de igual manera, por un tiempo aún sin establecer tras haber superado la infección.
Otros campos que abordan los análisis serían la Cardiología (descompensaciones en el control de la presión arterial y la frecuencia cardíaca); la Hematología (fenómenos tombróticos del árbol vascular); la Otorrinolaringología (alteraciones extendidas del olfato y el gusto, y en casos extremos otitis media o sordera brusca); la Medicina interna (que abarca un número amplio de manifestaciones que implican a los otros campos); la Gastroenterología (diarrea, nauseas, dolor abdominal frecuente o falta de apetito).
A su vez, la Dermatología (urticaria, erupciones similares a las de la varicela, el sarampión o la pitiriasis rosada, entre las más usuales); la Oftalmología (secuelas derivadas del desarrollo de la conjuntivitis durante la enfermedad) y, ya cerrando la lista aunque no menos importante, el campo de la Psiquiatría, dentro del cual se incluyen expresiones de depresión progresiva, ansiedad, estrés post-traumático, insomnio, llegando a decretarse por algunas fuentes médicas hasta un incremento de cerca de un 20 % de los trastornos mentales graves dentro de población mundial en los próximos años a raíz de la COVID-19.
Poner bajo el microscopio esta cruda realidad constituye tarea de orden. Las instituciones médicas del mundo se «ponen las pilas» en función de recolectar más datos que permitan descifrar detalles sobre tasas de incidencia de este fenómeno, así como su tiempo de duración y formas de contrarrestarlo. La batalla contra la COVID-19 se encuentra en pleno desarrollo y la única solución efectiva frente a dicho panorama sigue siendo la prevención. (Pavel López Guerra / Tribuna de La Habana)