Orgullosa, como siempre lució en la pelea, ondeó en centros de trabajo, fachadas, balcones y portales de viviendas en el Día de los Trabajadores, cual símbolo supremo de compromiso con la patria, la Revolución y el socialismo.
Las circunstancias no permitieron que coronara los multitudinarios desfiles en plazas, parques y calles; sin embargo, no dejó de agitarse indómita a lo largo y ancho del país, y en las redes sociales. Es nuestra bandera, que no ha sido jamás mercenaria, por más que intenten profanarla los vendidos a un imperio que ha querido desconocerla. Su imagen fue bordada por jóvenes bayamesas en la escarapela de Céspedes, la misma que llevaba Martí en su pecho al caer en Dos Ríos.
La luz de su estrella solitaria iluminó las batallas por la libertad desde las libradas a golpe de machete hasta las conquistadas a fuego de fusil. Es la bandera que hoy se alza en las escuelas y donde día a día se hace labor. Es inspiración de las generaciones de patriotas cubanos convertidos en continuadores, que la sostendrán con fuerza en sus manos frente a todos los obstáculos.