Ramiro Guerra dijo más de una vez que El decálogo del Apocalipsis era su obra cumbre; y es una afirmación conflictiva por una sencilla razón: la obra nunca se estrenó. Incomprensiones, prejuicios, mediocridad, errores en la aplicación de la política cultural se conjugaron, hay que decirlo, con el difícil carácter de Ramiro para impedir su concreción, que tendría como escenario varios espacios del Teatro Nacional de Cuba.
El decálogo…, o al menos su proyecto, constituyó un contundente planteamiento estético y conceptual. Ramiro Guerra era un adelantado. Con la compañía que fundó, en aquel entonces Conjunto Nacional de Danza Moderna, Ramiro pretendió crear una pieza monumental, que fracturaba o al menos ponía en crisis muchas de las concepciones habituales del hecho escénico.
Y el tema no era menos polémico: una “revisitación” heterodoxa a los Diez mandamientos de la Biblia. Fue demasiado para algunos.
Los diseños del gran Eduardo Arrocha quedan como testimonio creativo de un hito de la danza moderna en Cuba. Es difícil aquilatar las implicaciones de esta pieza.
Cinco décadas después del frustrado empeño, la compañía que fundó Ramiro Guerra, hoy Danza Contemporánea de Cuba, continúa la obra fundacional de este maestro y coreógrafo esencial. El Decálogo del Apocalipsis es mucho más que su mito. De alguna manera marcó derroteros.