A veces dudo: no sé si es mejor o peor estar bien informado. De la Covid-19 muchos cubanos podrían hasta escribir libros. Hace más de un año existe algo sin precedentes: un programa de televisión de una hora cada día, que analiza en detalles, a veces hasta excesivos, los problemas, estadísticas, pronósticos; las muertes, los contagios, las vías de propagación, no obstante, cada jornada es más compleja, complejísima.
De nueve días transcurridos de abril, en siete se han confirmado más de mil nuevos casos positivos al Sars Cov 2, un virus que tiene nuevas cepas, de mayor transmisibilidad y elevada mortalidad; sin embargo, muchos cubanos andan como si nada, creyendo que por portar un nasobuco tiene resuelto el problema, como ese vendedor ambulante y las decenas de ellos, que ahora mismo cuando escribo estas líneas, escucho anunciando que tiene palitos de tendederas, percheros, haraganes, escobas y un sinfín de artículos que pocos compran.
Hace dos días, quizá con un exceso de optimismo de este despertar atenta al doctor Durán, titulé una nota así: Ensayos de una bajada, creyendo que habría una desaceleración de los contagios, y la realidad me dio contra la cara al día siguiente, volvieron los más de mil.
Y me pregunto ¿hasta cuándo? La autorresponsabilidad y la percepción de peligro no se imponen, no se cosen a la ropa, ni se prenden del corazón; se inculca, se educa, se propaga. Entonces, la comunicación no ha sido certera, la información no cala en el alma del pueblo; los 85 572 contagios y los 453 fallecidos no dicen nada, no son suficientes para que el más simple mortal note el riesgo que corremos con esta pandemia.
Mil 40 casos y cinco fallecidos; casi va llegando al 200 la cantidad de menores y de ancianos que enferman cada día, cuando deberían ser, unos los más saludables, otros los más resguardados. Y no llegan las noticias alentadoras. En medio de un profundo proceso de confirmación de la eficacia de los candidatos vacunales, la vida sigue igual o más compleja.
Sabemos que aún no pueden estar inmunizados los voluntarios que acuden a los ensayos clínicos, pero necesitamos un aliento, un poco de sosiego. Si es preciso paralizar los municipios de más complejidad habrá que hacerlo, y poner cintas amarillas en las divisiones territoriales en La Habana, y vigilantes para impedir que traspasen sus escenarios, para que esta no siga siendo una justificante de la alta transmisibilidad.
La Habana tiene todos los días la mayor cantidad de casos, lógico al ser la de más población del país, pero es que todos sus municipios reportan enfermos, algo que ya se hace “normal” en este tiempo. De los 12 que aportan las mayores cifras, siempre son 11 o 10 de la capital. Y no acaban de llegar las medidas efectivas para frenar el desorden, los paseos y las fiestas; las visitas de casa en casa, que lógicamente acaban en eventos comunitarios o institucionales.
La dispersión signa el mapa de casos positivos diariamente. Anoté las provincias que tienen más de la mitad de sus municipios con transmisión. La Habana, claro, está en primer lugar, pero incluye a Pinar del Río, Artemisa, Matanzas, Sancti Spíritus, Granma y Santiago de Cuba.
Quizá sea Yateras el único invicto de esta contienda; hace días no lo ratifican, y tampoco lo encuentro entre los que tienen casos. Me gustaría estar allí, caminar sus caminos abruptos y torcidos, tocar la tierra húmeda, los cafetos y las palmeras, subir sus cuestas, pero sobre todo, hablar con su gente; con los ancianos, con los trabajadores, con sus líderes y dirigentes, y descubrir qué cierra, que barrera pusieron a la Covid-19 como ningún otro ha podido hacer.