Desde diciembre del 2019, el crítico, ensayista, editor y profesor cubano Omar Valiño Cedré (Santa Clara, 1968) es el director de la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí. “No vine en el muchas veces típico papel de un director que es una gran personalidad de determinado territorio y recibe ese honor y le hace honor a la institución con su nombramiento. Vine a servirle”.
Por la contingencia sanitaria ha sido, está siendo, una etapa muy difícil para la Biblioteca. Pero Valiño cree que no es tiempo perdido: mucho se trabaja, porque los desafíos no son pocos. Este año se celebra el aniversario 120 de la institución y las seis décadas de las célebres Palabras a los Intelectuales, que pronunció Fidel en la sede de este centro imprescindible de la cultura cubana. De esos temas conversamos…
Más allá de su rol en la preservación de un patrimonio concreto, ¿cómo se posiciona esta Biblioteca como centro de irradiación de cultura?
En dos sentidos: el primero sería tener claro qué hacer con el conocimiento, que no es simplemente “conservarlo”. Habría que justipreciarlo. Darlo a conocer. Difundir lo que cada biblioteca posee. Orientar al lector. Facilitar el acceso a ese conocimiento. Difundir entonces lo que hay dentro de la Biblioteca, y hacerlo cultura en el imaginario social, es una de las grandes tareas.
La otra radica en que la Biblioteca es un “techo” magnífico para acoger cuantas se quieran de las acciones culturales, y no circunscribiendo la cultura en sus términos artísticos y literarios. La Biblioteca tiene un propósito permanente de proyección cultural: literatura, ciencia, música, artes visuales…
Y habría que sumar a eso el valor simbólico de esta propia Biblioteca Nacional José Martí, escenario de tantos hitos de la cultura nacional…
En los procesos culturales algunas instituciones devienen, más que otras, centros de irradiación por excelencia. Esta biblioteca fue uno de esos centros en los primeros años de la Revolución. Los tiempos han cambiado, pero creo que la Biblioteca tiene que recuperar parte de ese accionar.
Este año es muy claro el subrayado, pues se cumplen seis décadas de las Palabras a los Intelectuales, de Fidel Castro Ruz, que fueron pronunciadas aquí. Tres jornadas de encuentro con escritores y artistas que culminaron con ese discurso. Ese acontecimiento le otorgó un gran simbolismo al rol de la Biblioteca Nacional José Martí, pues esa intervención trazó de alguna manera la política cultural de la Revolución.
Hay algo que siempre me gusta resaltar al hablar de los 120 años de la Biblioteca: aquí hay una particular riqueza, un acervo que nos define como cubanos. Pocos lugares cuentan con ese privilegio. Aquí hay un acumulado de conocimiento, creación, complejidad, densidad… que habla profundamente de nuestra identidad, y no de nuestros clichés. Ese es el valor de un largo proceso de atesoramiento, que no termina nunca.
¿Hasta qué punto el nuevo contexto impone una renovación de las maneras de llevar una biblioteca?
Es una tarea particularmente compleja. ¿Cómo sentir y trasladar el sentimiento, las visiones y los criterios de tantas personas valiosas en Cuba sobre el devenir de esta institución y sus desafíos para los nuevos tiempos? ¿Y qué hacer para que, sin locuras, tratando de evitar errores, podamos sostener un diálogo que sea más práctico entre esos objetivos permanentes de la Biblioteca y lo que es necesario para responder al espíritu de esta época? Es fundamental renovar el papel de la Biblioteca para los tiempos actuales, de manera que niños y jóvenes tengan otra vez en su retina el enorme valor de una institución como esta, algo que en cierta medida se ha perdido o ha pasado a un plano menor si lo comparamos con el de otras épocas.
Es una ecuación compleja, porque hay que sumar las demandas y las posibilidades. Es preciso identificar las prácticas que han quedado atrás, que no volverán por los imperativos de los nuevos tiempos. Pero tampoco podemos complacernos en la idea de que cualquier mal funcionamiento obedece a los condicionamientos de esos nuevos tiempos.