“La manera de celebrar la independencia no es, a mi juicio, engañarse sobre su significación, sino completarla”, escribió José Martí en una carta publicada en El Comercio de Guatemala el 27 de noviembre de 1877, casi a punto de concluir en Cuba la primera contienda contra España. Durante años, el Apóstol, con humildad y entrega total, logró unir, en un tiempo diferente, a los guerreros gloriosos y dispersos con los pinos nuevos.
Él nos hizo ver, finalizando el siglo XVIII, el peligro que entrañaba para la futura República cubana, la coincidencia con el afán expansionista mundial de una nación de pujante economía y mala entraña. Durante los años vividos allí, fue describiendo en sus crónicas periodísticas un modelo de sociedad que no quería ver jamás en su patria ni en la de los países hermanos. Cuanto hizo y se propuso hacer fue para eso, según escribiría horas antes de morir en combate.
No es de extrañar, entonces, que los odios hacia Martí y hacia la Revolución cubana tengan el mismo origen. Por eso pagan y aplauden a quienes denigran, queman y ametrallan su imagen o tratan de vaciar su pensamiento de la médula independentista que lo alimentó. El estallido del 24 de febrero de 1895 fue el resultado del sentimiento patriótico despertado en los cubanos por quien cayó en Dos Ríos.
Esa fecha no sería olvidada como referente glorioso de la decencia nacional. En la Sierra Maestra, jóvenes de la generación del Centenario, con el Comandante en Jefe Fidel Castro al frente, escogieron ese día en 1958 para fundar la Radio Rebelde, con iguales propósitos que el Apóstol cuando creó Patria.
Un 24 de febrero también, 18 años después, en el Teatro Carlos Marx de la Habana, el General de Ejército Raúl Castro anunció a Cuba y al mundo la nueva Constitución de 1976, que reafirmó el carácter socialista de la Revolución, proclamado por Fidel el 16 abril de 1961.
En aquella Carta Magna quedaban instituidos los derechos conquistados por el pueblo en la etapa de las más radicales y profundas transformaciones políticas y sociales en la historia patria, y se instauraba un sistema de gobierno basado en los órganos del Poder Popular.
Tras cuatro décadas de reformas parciales y de acuerdos que respondían a otras realidades, analizadas en los Congresos del Partido, en especial los de 2011 y 2016, se coincidió en la necesidad de una nueva constitución que perfeccionara la estructura del Estado, diera mayores derechos y garantías a sus ciudadanos y se proyectara hacia el futuro.
Cerca de 9 millones de personas participaron en el examen del proyecto de nueva constitución, cuyas propuestas hicieron variar el texto en casi el 60 por ciento; en diciembre de 2018 los diputados la aprobaron, y el 24 de febrero del siguiente año el pueblo cubano la refrendó, de manera contundente.
Esa votación fue un homenaje a Martí y a Fidel, y a la vez una prueba de continuidad generacional, pues la mayoría de quienes respaldaron la nueva Carta Magna habían nacido después del triunfo revolucionario de 1959, demostrando, como dijo Raúl en la proclamación, que en Cuba “desde mecanismos democráticos y basados en el derecho a la libre determinación es posible afianzar su sistema socialista como una alternativa viable en momentos de una escalada en la agresividad del imperialismo que intenta desacreditar opciones progresistas de desarrollo social”.