En el teatro, el cine, la televisión, Jorge Enrique Caballero (La Habana, 1980) ha consolidado una carrera, una presencia y un ejercicio que lo ubican entre los más populares y reconocidos actores de su promoción. Ha interpretado grandes personajes históricos y también a gente “normal y corriente”, que es en definitiva la que lo rodea y por la que él trabaja. Ama a su país. El arte es la manera de expresar esa devoción.
Puede que algunos piensen que asumir un personaje es ponerse o quitarse un vestuario. ¿Qué implica para un actor ese proceso?
La construcción de un personaje implica primero una investigación profunda. No se puede olvidar que crear un personaje es crear una psicología, más allá de un cuerpo en movimiento, más allá de reproducir acciones o actitudes físicas. Se trata de descubrir impulsos, motivaciones. Eso es en realidad lo que mueve a un personaje, a las personas.
Es un proceso en el que se investiga desde lo macro hasta lo micro: la época en que se desenvuelve, el medio, su familia, su profesión, su visión del mundo… hasta que comienzas a entrar en su interioridad.
Pero también implica estar alerta. Uno tiene que llegar a darse cuenta con precisión qué es lo que funciona en un personaje. Hay un momento en que descubres de dónde nacen estos impulsos y motivaciones.
No se puede investigar desde la inocencia. O desde el mero deseo personal: “yo quiero que sea así”. No, los personajes ya están, a uno le toca darles cuerpo y voz.
Todo esto hay que asumirlo como un sacerdocio. Hace falta entrega, humildad. Sin obviar la pasión, que puede llegar a rondar la obsesión. Se comienza en la semilla y se llega a una especie de ensamblaje. Comienzan a aparecer las piezas. Es como un juego de Lego.
Teatro, cine, televisión… ¿Qué desafíos tienen en común? ¿Dónde está más a gusto?
El desafío es estar a la altura de las exigencias interpretativas de cada medio. Hay quien ha hecho mucho teatro y le cuesta hacer cine o televisión. En el teatro sueles sobredimensionar lo físico, lo vocal, lo emocional. El cine suele ser más contenido, puede que haya tiempo para llegar a ese tono, a esa “coloquialidad”, esa relación singular con la cámara. En televisión eso tienes que lograrlo más rápido, porque la televisión casi siempre es “ya y ahora”.
También es difícil venir del cine o la televisión al teatro. Hay quien no lo logra. Es muy compleja esa dualidad, eso de salir de un medio para entrar en otro, respondiendo a demandas disímiles. Tienes que estar muy concentrado, y conocer muy bien tus herramientas, algo que te permite saber qué tienes que utilizar para cada medio.
Puede que esté más a gusto en el cine… pero el teatro es mi vida. Yo respiro teatro.
En tiempos de debates intensos sobre el rol del arte en el entramado social y político, ¿dónde se ubica el actor? ¿Qué defiende usted?
Eso es algo muy personal. Eso no debe ser asumido como una máxima. El actor es una figura pública. El actor entrega. Le devuelve a la vida lo que la vida le ha dado. Y cada quien lo hace a su manera. No puedo hablar por otros, pero sí puedo hablar por mí.
Para mí el arte, mi arte, tiene un gran compromiso con mi sociedad, con mi país, con mi gente. Obviamente, yo no soy un político. No tengo esas responsabilidades, ese no es mi camino. Pero si mi condición artística converge, entronca, coincide con determinado pensamiento político (de bien social, de justicia social, de amor, de progreso), pues ahí nos vamos a encontrar y vamos a trabajar juntos por una sociedad justa, honesta, donde quepamos todos, donde podamos vivir todos desde el amor y el respeto.
No voy a negar que el ser social vive en un entorno político. Y mi pronunciamiento es mi arte. El teatro que he venido haciendo. Los personajes que he defendido. Las historias que he contado.
Lo he asumido todo desde la cubanía, honrando la identidad nacional, la cultura de mi país, el amor que emana desde este archipiélago. Por eso soy frontal ante el odio, el maltrato… ante la violencia.
En el mundo del arte solo prevalece, crece y se difumina el amor. El odio en el mundo del arte verdadero muere. Las malas intenciones mueren. El artista con odio, en el mundo del arte, perece. Su arte perece. Lo va matando.
Defiendo nuestros rituales de amor, de bien, de paz, prosperidad, cubanía. Eso brotó un día con un espectáculo, el de Kid Chocolate. Después brotó con otro espectáculo, el de Brindis de Salas. Y con otro: Voces de 1912. Y ahora con un bosque inmenso (más que un bosque, un monte): el proyecto Ritual cubano.
Yo defiendo Cuba. Mi Cuba, la que amo. Desde mi arte, todo por Cuba. Y más que palabras, son acciones.