“El cantero vacío no produce”, dice resuelto el usufructuario José López Menéndez, y se arriesga a parecer obvio. Sin embargo, lo que pudiera considerarse una verdad de Perogrullo es en realidad un axioma agrícola que le ha rendido bastantes frutos, o más bien hortalizas y vegetales en su organopónico La Fornet, que no por casualidad es catalogado como el mejor de esta provincia.
Ser referente en el Programa de la Agricultura Urbana, Suburbana y Familiar en el oriental territorio es para José el resultado de cultivar con esmero cada pedacito de los 3 mil 600 metros cuadrados que conforman La Fornet, donde crecen 16 variedades de hortalizas y condimentos, 12 tipos de plantas medicinales y varias viandas, de obligada presencia en la cocina criolla.
“Tratamos de tener el ciento por ciento de las áreas ocupadas. Hasta en los exteriores sembramos, tanto cultivos para la comercialización, como los que utilizamos para el autoconsumo. También hemos concientizado que el intercalamiento da provecho. En los canteros, además de tenerlos con un cultivo básico, sembramos por los costados otros de ciclo corto y que aporten producción”, afirma.
Al recorrer el área agrícola, bajo usufructo hace poco menos de dos años y con 132 cámaras, se puede comprobar cómo se aprovecha la tierra, lo mismo en los pasillos entre canteros, sembrados de frijoles que ya germinan, que en las esquinas del lugar donde crecen plantas de maíz o plátano fruta. Pero no es ese el hallazgo más evidente que descubre el visitante.
Solo interrumpido por los azadonazos, impresiona el silencio que se comprueba nada más cruzar la portería de entrada y avistar a lo lejos a sus cuatro trabajadores, quienes ni por asomo esperan en ese momento a una periodista en sus predios.
La responsabilidad de cada uno de sus hombres con la demandada tarea de producir alimentos es demostrada con números por López Menéndez: “El año pasado, aunque el plan era de 84 toneladas, produjimos 97. Y en cuanto a rendimientos, en vez de 15 kilogramos por metro cuadrado, obtuvimos 23 kilogramos. Todo esto se ha logrado gracias al aporte de los trabajadores, que son la fuerza fundamental. Cuando se tiene obreros estables como los míos, y con experiencia, el trabajo se hace mucho más fácil y seguro”.
Esa confianza es un sentimiento recíproco. Tanto Luis Samé como René Libera, Luis Miguel Méndez, Omelio Peña y hasta Víctor Ramírez, obrero subcontratado, consideran que sus labores son más fructíferas porque las guía y conduce López Menéndez, con sobrada experiencia en el sector.
Las jornadas de estos hombres son más eficientes también porque no ceden ante la inclemencia del sol ni a la aspereza de los suelos. Labrar es para ellos mucho más que una cuestión de rutina. Para Samé Miyares es pasión y constancia: “Llego aquí sobre las seis y media de la mañana y doy escarda a las plantas, que es darles vida y aire. Prácticamente no tengo día de descanso porque vivo cerca y aprovecho todo el tiempo que puedo. ¡Trabajar no quita, da!”.
Para Omelio Peña, veterano de la agricultura urbana, la clave está en la unidad. “Cada uno en sus canteros, pero a la hora de cosechar nos ayudamos mutuamente y por eso los resultados. Todo es el sacrificio y el empeño que uno le ponga a la tierra. Produce y da frutos, lo que hay es que trabajarla”.
Similares opiniones son las de Luis Miguel, de 25 años, y Víctor Ramírez, de 73. Luis no tiene miedo en dedicar la fuerza de su juventud a la labranza, y Víctor asevera no reparar en los achaques de la salud cuando de cultivar se trata.
Así es como cada mes salen de estos terrenos de la ciudad capital holguinera entre ocho y nueve toneladas de productos, cuya inmensa mayoría, el 90 %, se destina al mercado Los Chinos y los demás hacia los círculos infantiles Pequeño Volodia y Somos Felices, y al Hogar de Ancianos Jesús Menéndez.
No obstante, que nadie crea que todo se trata de coser y cantar. El usufructuario del organopónico holguinero asegura que lidian a menudo con dificultades, como la falta de semillas y la llegada tardía de materia orgánica. Solo que en La Fornet hay disposición para hacer de la agricultura urbana una verdadera trinchera económica y productiva a pesar de esos y otros obstáculos.