Desde que surgió el rebrote de la Covid-19 se ha afianzado la tendencia al contagio de niños y adolescentes, sobre todo de los que están en edades pediátricas, una responsabilidad que es absolutamente de padres y familiares muy allegados a los infantes, y que debiera tenerse en la mirilla en las nuevas medidas que se están aplicando y renovando en los territorios.
Aun este lunes, cuando la cifra de casos positivos en el país bajó en más de dos centenas respecto a los días anteriores, que no fueron los picos, se mantiene los de más de cien menores de 20 años entre los reportados del día, la gran mayoría están en edades pediátricas, situación que mantiene hospitalizados a 711 niños enfermos.
Yo que estoy casi siempre en casa desde que comenzó la pandemia y las conferencias se televisaron, observo la irresponsabilidad de algunas familias, que con niños recién nacidos y con pocos años de vida, andan y desandan las escaleras del edificio, entrando y saliendo de viviendas ajenas, recibiendo visitas, haciendo fiestas; o jóvenes que no se cohíben de llegar a la casa de sus amiguitos.
¿Por qué tanta impunidad? ¿Por qué se dejaron de hacer las pesquisas activas? ¿Por qué no pasan, de cuando en cuando, las patrullas por los barrios o los agentes del orden de la comunidad, junto a los delegados del Poder Popular y dirigentes de las organizaciones de masas de las cuadras no recorren sus territorios para contrarrestar tantas conductas negligentes?
Se hace poco común ver a la enfermera y al médico de la familia por el barrio, y a veces hasta difícil encontrarlos en el consultorio. A ellos les han sumado una parte importante de las tareas para la prevención del Sars Cov2, pero también llevan la mayor responsabilidad en cada área; están en la primera fila del combate a una pandemia que se propaga, mata y no ha podido ser vencida ni por las vacunas que están usando en algunos lugares del mundo.
Los niños son el mayor tesoro que tiene una familia, y los tesoros se guardan en cofres desde tiempos inmemoriales. Los lactantes no están en las colas, que según la voz popular es la mayor fuente de contagio; no salen a comprar la comida, ni a gestionar la vida familiar; por lo tanto, se contagian al abrigo de la familia, en el roce con enfermos o contactos de enfermos.
También tengo vecinos que son ejemplo en el cuidado de su bebé. Cuando llegaron a casa con la cría, brindaron el aliñao oriental a los más allegados, pero desde la puerta, con el bebé encerrado en la habitación, y me consta que solo lo sacan a las imprescindibles consultas de su pediatra, bien resguardados con sus blancos pañales.
Quizás alguien piense que los niños transitan benignamente por la enfermedad, pero entristece solo el hecho de verlos en las terapias, pensar cuánto sufren cuando les aplican los debidos tratamientos y en las secuelas que pudieran tener en el devenir de sus años.
Punto y aparte merecen los ancianos o quienes ya entraron en la tercera edad, sobre todo quienes padecen alguna dolencia propia de la edad. Lastima ver a un vecino, con edad bien avanzada, padeciendo lo que llaman una penosa enfermedad, llegar al edificio con una jaba cargada de viandas o de los escasos productos que venden en las tiendas de barrio, a las cuales ellos tienen prioridad, y llamar desde abajo a un nieto joven y fornido, que se quedó a la espera del viejo, para que suban el paquete.
Son tantas las cosas que se ven en el escaso tiempo que ocupa regar las plantas, barrer o baldear el balcón, y se escuchan a través de puertas, ventanas y paredes, que fácilmente pudieran ser detectadas y contrarrestadas por las autoridades comunitarias, por los agentes del orden o los trabajadores de la salud si estuvieran “puestas para eso” como dice el buen cubano.
Los niños y los viejos son los tesoros de la familia, más que el dinero o las cosas materiales, y ambos deberían estar bien guardados dentro de casa, para impedir que aunque sea una sola gota de saliva llevada por el viento, caiga encima de ellos. Esa es una responsabilidad estrictamente familiar; nadie tiene que venir a decir qué hacer, para eso, desde hace más de un año, muchas personas trabajamos en función de controlar y prevenir una pandemia de alta contagiosidad y letalidad.
Guardemos en cofres nuestros tesoros. No permitamos que alguien los enferme a expensas de la irresponsabilidad y el irrespeto.
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